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sábado, 14 de enero de 2012

William B. Van Valin: conversaciones con Michael en Neverland (5 parte.)



LA TIENDA DE ANTIGÜEDADES DE SOLVANG

Siempre me he sentido afortunado de que Solvang – una ciudad orientada al turismo de aspecto danés muy cerca de Ballard- tenga una de las mayores tiendas de antigüedades de California: The Solvang Antique Center. A lo largo de los años he comprado y vendido muchas cosas allí. A Michael y a mí nos encantaba ir. Él no podía ir de día así que convencí a los dueños, Julie y Ron Palladino, para abrir la tienda a última hora de la noche para que pudiera recorrerla minuciosamente. Me llamaba y me decía que nos encontráramos allí para poder explorar el lugar por completo. No solo la tienda principal sino todas las demás habitaciones. Lo quería ver todo.

En esas ocasiones Michael solía llevar una pequeña bolsa de papel marrón con unos treinta mil dólares en efectivo, los cuales solía gastarse antes de que se acabara la noche. Cuando compraba alguna cosa no sacaba el dinero de la bolsa sino que lo contaba en el interior y sacaba la cantidad necesaria para pagar. Me preguntaba a menudo mi opinión sobre este o aquel objeto. Teníamos el mismo gusto en cuestión de antigüedades aunque prefiero el palo de rosa a otro tipo de madera y al Barroco y el pan de oro en el que Michael ponía sus ojos. 

Le daba mi opinión, lo que no creo que hiciera cambiar nada y después llamaba a Ron y decía: “Quiero esa pieza pero quiero que me pongas el mejor y más bajo precio que puedas”. Ron miraba la etiqueta y se pensaba el mejor precio y se lo decía a Michael. Si no se acercaba al que pensaba, seguía regateando con él. Bastante a menudo dejaba la pieza sin comprar. Cualquier cosa que compraba se la llevaban al día siguiente al rancho. Estuve hablando recientemente con Ron sobre esas noches y dijo que Michael tenía muy buen gusto para las antigüedades y tenía algunos relojes de pared que demostraban que sabía lo que compraba.

Una de esas noches, mientras paseábamos por la segunda planta, me dijo Michael: “Barney, voy a pedirte algo y tienes que prometerme que dirás que sí”.

“Ok, sí”, dije.

“Voy a comprar ese cuadro que hay en la pared”. Señaló un poster de la Primera Guerra Mundial de una enfermera sosteniendo en sus brazos a un soldado muerto que me recordaba a La Piedad de Miguel Ángel. “Quiero que lo cuelgues en la sala de espera de tu consulta. Creo que a la gente le gustará”, dijo. Lo compró y lo hizo enrollar. Me lo entregó y le di las gracias. Mis colegas y yo lo enmarcamos y lo colgamos durante unos años en la pared de la sala de espera de la Clínica Médica de la ciudad de Solvang.

¿TENÍA MICHAEL BUEN PALADAR?

Una tarde, Michael mandó llamar a Manuel Rivera. Creo que era su empleado favorito. Le había enviado a una escuela especial para que aprendiera a manejar una máquina de vapor del tren que hacía el recorrido hasta el zoo. Le hizo venir con un coche para llevarnos a Santa Bárbara a comer algo. Michael vio un restaurante japonés en la parte alta de State Street mientras circulábamos y me preguntó si era bueno. Le aseguré que lo era y dijo: “Bien, ¡vamos allí!” Manuel nos llevó hasta allí y encontró una plaza de aparcamiento detrás. Íbamos en el Lincoln Navigator pero los cristales estaban tintados y no había peligro de que Michael fuera reconocido.

Este tipo de salidas a cenar se hacían dentro del coche, por supuesto, no en el restaurante. Esa noche le pregunté: “¿Estas seguro de que no quieres entrar a cenar en una mesa ya que es tarde y no hay casi nadie? Puedo pedirlo y cuando ya esté todo listo en la mesa, Manuel puede venir a buscarte”. Michael dijo: “Barney, me gustaría pero no sabes lo que me estás pidiendo. Podríamos salir heridos incluso. La gente, aún con toda la mejor intención que puedan tener, nos rodeará y nos empujará hasta el punto de que te llega a aterrar. Además he aprendido por experiencias anteriores que alguien puede anotar todo lo que he pedido y hacer un análisis psiquiátrico con ridículas conclusiones sobre mi salud mental por la comida que haya en la mesa. Sé que puede pasar porque fui a una perfumería una vez y compré pasta de dientes, un cepillo, champú, cuchillas y desodorante. Unos días después una revista de cotilleos lo había usado para evaluar mi personalidad”. Riéndose, Michael concluyó: “Así que me conformaré con quedarme aquí en el coche”.

Les pregunté a Michael y a Manuel qué querían y ambos dijeron que no tenían ninguna preferencia especial, tan solo un poco de todo, una selección del menú en realidad. Lo pedí todo para llevar y me llevé una caja llena de sushi y tres sopas miso que colocamos entre el asiento de Michael y el mío para que Manuel pudiera alcanzar también. En ocasiones como esta, siempre me aseguraba de que llevaba suficiente dinero para pagar la cena. Sé que era algo en lo que Michael no pensaba realmente. No porque fura tacaño o quisiera que pagara yo; es simplemente que nunca pensaba en ese aspecto porque siempre se ocupaba de esas cosas otra persona. Además a mí me hacía feliz hacerlo. Nunca podría haberle devuelto la generosidad que había demostrado a mi familia.

Así que los tres empezamos a comer en el coche y esa noche fue cuando tuve la primera impresión de que Michael pudiera no tener muy buen sentido del gusto. Y la tuve porque la primera cosa que cogió fue una gran porción de huevas de salmón rodeadas de algas. Era de unas dos pulgadas de grande y con algo así como mayonesa encima. Era definitivamente algo más que un bocado. Probé una de las huevas y aunque me gusta el caviar esto tenía un desagradable y fuerte sabor a pescado que pensé que solo los más acérrimos comedores de sushi podrían encontrarlo comestible. Michael simplemente lo devoró y me reí. Él levantó la vista y me preguntó: “¿Qué pasa?”

Le pregunté: “¿Está bueno?”

Dijo: “Sí!” Y siguió comiéndose el sushi de erizo de mar sin quejarse. A mí me gustan los erizos de mar cuando los he comido frescos en la playa. De hecho, creo que están bastante buenos de esta manera. Sin embargo, del modo en que terminó en el sushi había pasado por una serie de cambios degenerativos que, en mi opinión, no parecía nada fresco en modo alguno. De hecho, encontré el sabor cuestionable. No lo sé, pero eso, más lo que comía en casa -que nunca sazonaba las comidas- me hizo pensar si no habría perdido un poco el paladar. Nunca le pregunté por eso, por supuesto. Le pregunté por qué no tenía un cocinero francés o chino para mezclar un poco. Él dijo: “Oh, no. No lo necesito. Tengo tres cocineros que pueden preparar de todo”. Sin embargo, nunca vi un menú para cenar en la casa que no tuviera otra cosa que varitas de pescado, perritos calientes, palitos de pollo, hamburguesas y chimichangas. ¡Me encantaban esas chimichangas recién hechas! Recuerdo que las pedíamos desde la habitación de Michael cuando estábamos viendo una película.

LA SEÑORA DANVERS

En los primeros años de nuestra amistad, Michael tenía un ama de llaves que llevaba la casa. Siempre parecía estar en todas partes en segundo plano completamente quieta y observando todo lo que pasaba. Después de verla muchas veces en mis visitas, le pregunté a Michael un día si sonreía alguna vez. Él contestó: “Sabes, nunca me he dado cuenta, pero supongo que sí”.

“Probablemente lo hace cuando yo no estoy aquí”, dijo. Era pequeña, bastante delgada y siempre llevaba pantalones y chaqueta a juego. Michael parecía inconsciente a lo que yo interpretaba como un continuo estado de irritación. Me recordaba mucho al personaje de la película de Alfred Hitchcock, estrenada en 1940 –Rebeca- protagonizada por Sir Laurence Olivier y Joan Fontaine. La mujer que hacía el papel de ama de llaves -la señora Danvers- lo interpretaba Dame Judith Anderson, era muy parecida por el modo de vestir. Creo que ella era lo suficientemente cortés como para que Michael no lo notara, como la señora Danvers en la película, pero todo el mundo en la casa parecía mantenerse alejado de ella.

Un día en casa de Michael me di cuenta de que esta mujer ya no estaba desde hacía un tiempo. Le pregunté a Michael: “Esa señora que solía estar a nuestro lado cuando cenábamos, la del traje pantalón que llevaba la casa…” Me dijo el nombre porque yo no lo recordaba, “¿Todavía trabaja aquí?”. Michael movió la cabeza y dijo: “No, tuve que despedirla. Resultó ser parte de un grupo de gente que habían estado robando antigüedades y cosas del rancho para venderlas”.

“¿Cómo te diste cuenta?”

“Me di cuenta porque alguien vio una de mis mesas en el Santa Inez Inn y me lo dijo. Así que fui allí y me aseguré de que era mi mesa. Lo confrontamos con la gente involucrada y tuve que despedirles. Ella era una de ellos”, dijo.

“¿Lo denunciaste?”, le pregunté.

“No. Nunca lo hago”, dijo. Implicando que algo parecido ya había pasado antes. Entonces le pregunté a Michael si había hecho devolver la mesa. “No. Todavía está allí”, dijo.

“¿No la querías?”, le pregunté.

“No, parecía encajar bien allí y hablando con la policía y con todos los trámites que había que hacer, no merecía la pena el precio que valía la mesa. Nunca presento denuncia en estos casos principalmente por las mismas razones”.

MARCEL AVRAM

Una tarde fui a casa de Michael y fui conducido hasta su habitación mientras estaba al teléfono. Poco después de mi llegada colgó y parecía estar molesto. Creo que había estado hablando con uno de sus abogados (una vez me dijo que había tenido 15 contratados a la vez). Le pregunté si estaba todo bien y dijo: “En realidad no, me han demandado. Un manager de la última gira llamado Marcel Avram. Fue arrestado en Alemania por problemas de impuestos cuando estaba de gira y tuve que contratar otro manager. Ahora Marcel me demanda por 10 millones de dólares. Sabes, no está bien. Incluso fui al Canciller de Alemania en aquel tiempo y me aseguré que le sacaran pronto de prisión. Ahora el tipo me demanda por 10 millones de dólares que es lo que dice que hubiera ganado si no lo hubiera sustituido”. Su voz se quebró ligeramente como si fuera a llorar y movió su cabeza ligeramente de un lado a otro.

Un año después aproximadamente le pregunté qué había pasado y me dijo que acabó pagándole. No le pregunté cuanto, solo le dije que lo sentía. Recientemente me encontré con una pareja de Alemania que eran fans de Michael Jackson y les hablé un poco sobre mi amistad con él. Les pregunté por esta persona. En ese momento no recordaba su nombre pero ellos me dijeron: “Sí, era Marcel Avram”. Le había pagado 10 millones de dólares. Añadieron que Michael y Marcel se habían reconciliado y vuelto a ser amigos antes del fallecimiento de Michael.

LAS CANCIONES DE LOS BEATLES

Michael y yo estábamos un día hablando de música y me dijo que había comprado el mayor catálogo de canciones que existía y con el que había ganado casi un billón de dólares. “Presumo que es el catálogo de las canciones de los Beatles que le ganaste a Paul McCartney”. Él dijo: “Sí, es ese. Paul se enfadó un poco conmigo por eso. Pero fue él quien me habló del mejor modo de ganar dinero en el negocio de la música siendo dueño del valor de producción de las canciones. Y el catálogo era una enorme colección no solo de canciones de los Beatles sino de unos pocos miles más también”. En ese momento sonó el teléfono y mientras Michael atendía la llamada salí afuera a pasear y a disfrutar del paisaje. Unos diez minutos después Michael salió a reunirse conmigo.


“¿Buena o mala llamada?”, le pregunté. “Bueno, no te había dicho nunca que mantuve aparte siete canciones de los Beatles para no utilizarlas nunca hasta que aumentase su valor. Las compañías quieren usar canciones famosas para películas o anuncios y les pagan a la mía por utilizarlas si están en mi catálogo. Esa llamada era de un representante de una compañía canadiense ofreciéndome ocho millones de dólares por usar una de las siete canciones de los Beatles para un anuncio de un coche”.


“¿Aceptaste?”, le pregunté.


“Nop”, contestó. “todavía las mantengo guardadas”.


“Es mucho dinero por una canción, Michael”.


Se rió un poco y dijo: “Cuanto más tiempo las mantenga inaccesibles más valor alcanzarán. Estoy esperando el precio adecuado y no sé cual es este todavía”.


PRINCE Y PARIS

Una tarde Michael y yo estábamos sentados en su habitación charlando mientras Prince y Paris jugaban alrededor su silla. Tenían unos pequeños coches de metal y llevábamos escuchando un rato el sonido de sus risas. Michael paró de hablar y se volvió hacia los niños diciendo: “¡Prince, Paris! Barney y yo estamos hablando y apenas podemos oírnos el uno al otro con vuestro ruido. Tratad de bajar un poco el tono”. “Ok, papi”, dijeron los dos al unísono. “Lo sentimos”.


“los perdono”, dijo Michael y seguimos con nuestra conversación. No pasó mucho tiempo sin que el ruido de su juego hiciera volverse a Michael hacia ellos de nuevo y les dijera que no fuera tan alto. Se volvieron a disculpar y jugaron un poco más silenciosos durante un rato. Cuando el ruido aumentó de nuevo Michael me miró con una sonrisa y movió la cabeza. Se volvió a Prince y Paris y les dijo: “Saben chicos, yo ya habría sido azotado por esto”. Le pregunté si de verdad habría sido el caso y dijo: “Absolutamente. Mi padre solía pegarnos bastante. Cuando era niño recuerdo que cuando entraba por la puerta al llegar del trabajo todos salíamos corriendo a escondernos. Le teníamos miedo. Me prometí a mí mismo hace años que nunca golpearía a mis hijos o les haría temerme del modo en que yo temía a mi padre”.


Estoy seguro de que se están preguntando si conocía a algún familiar de Michael. De vez en cuando me decía que Janet o su madre, Katherine, habían estado visitándole pero nunca coincidí con ellas. En varias ocasiones durante el curso de una conversación, había mencionado que amaba a su madre. Una vez me dijo que había renombrado una montaña, que estaba en la parte de atrás del rancho, Monte Katherine por su madre. Me dijo que lo había cambiado de modo oficial para que apareciera así en los mapas. Es la montaña a la que los del valle llamamos Monte Pelado. Siempre estaba cubierta de amapolas color naranja en primavera y de nieve en invierno.

Le dije a Michael que había conocido a La Toya unos años antes cuando estaba él en la ciudad para filmar el video con Paul McCartney.

Recuerdo que Paul se había alojado en el Palacio del Río (una encantadora mansión sobre una colina al otro lado del río). “Pero vosotros estabais en el Chimney Sweep Inn que era propiedad de mis padres en ese tiempo. Tu te alojabas en una de las casitas de atrás”, le dije. “Oh, recuerdo eso”, dijo Michael. “Había un viejo caballo de carrusel colgando de la pared de la planta baja”. “Sí. Era uno de los que traje de México. Y el cabecero de la cama de la planta alta era una ventanilla de caja en bronce y roble de un viejo banco que compré al sur de Illinois.


Pues bien, yo estaba en la oficina cuando entró La Toya preguntando por alguna tienda de ropa. Yo iba camino a la panadería y le dije que la acompañaría hasta la tienda. Unas pocas manzanas más abajo señalé la tienda cruzando la calle y le dije que se divirtiera y yo me fui a la panadería. Recuerdo que me sorprendí cuando me di cuenta de quien era mientras hablamos. No sabía que tuvieras hermanas. Era una chica muy bonita, Michael!” Se rió de eso y dijo sonriendo: “Lo sé, y es simpática también”. Seguí contándole a Michael que mi madre había charlado un buen rato con la suya que estaba allí también. Me dijo que la encontró una mujer muy entrañable. Era bastante accesible y modesta. Michael solo sonrió con aprobación.

JABALÍES

Una tarde estábamos paseando Michael y yo por el lago donde había construido recientemente una pequeña torre mirador. Me estaba contando sus planes para el lago. Iba a poner una gran cascada en la zona oeste y ampliarlo mucho más para poder hacer Jet ski. Aunque el lago tenía unos cinco acres de tamaño, parecía demasiado pequeño para hacer jet ski y en algunos lugares era demasiado poco profundo. Mientras paseábamos me decía Michael: “¿Ves las flores diseminadas alrededor del lago? Les he dicho a los jardineros que las pongan al azar como si hubieran crecido allí y salieran de forma natural”. Así era el caso pero recuerdo que pensé que debía ser probablemente la pesadilla de los jardineros porque tenían que cortar el césped entre las flores con tijeras mientras el resto solo había que podarlo. Michael gastaba una fortuna mensual en flores y recuerdo un cálculo estimado del jefe de los jardineros de algo como 30.000$ al mes. Era difícil imaginar que alguien pudiera gastar tanto en flores pero cuando miraba alrededor me daba cuenta de que estaban por todas partes.

Había un gran lecho de flores cerca del cine y recuerdo un día en que uno de los más grandes lechos estaba arrancado por completo y los jardineros estaban replantando. Le pregunté a Michael qué había pasado y dijo: “Hay una familia de jabalíes que bajan del cañón y se vuelven locos en estos lechos. Ya no sé cuantas veces he tenido que replantarlos y no parece que haya unas flores que no les guste comer”. Le dije: “Sabes Michael, cualquiera de estos tipos que hay por aquí probablemente estaría feliz de llevarse uno de esos cerdos a casa para la cena. O podrías atraparlos y hacer que se fueran al rancho vecino, al otro lado del pueblo donde no puedan molestarte”.

“No, yo no haría eso. Me instalé en su hogar, sabes”, me dijo.

BILLIE JEAN

Mientras Michael pulsaba el código para entrar por la puerta trasera de la cocina una tarde, le pregunté por el sistema de seguridad figurándome si alguien lo había descubierto alguna vez. “De hecho sí, alguien entró a la casa una vez. Realmente no sé cómo lo hizo. ¿No te he contado nunca la historia?”, me dijo.

“No, no creo”, contesté.

“Bueno, hubo una chica que atravesó el rancho hasta la casa y subió hasta la tercera planta”.

“¿Cómo se dieron cuenta de que estaba allí?”, le pregunté.

“Alguien vio movimientos en el monitor que vigila a los niños en la sala de escuela de arriba”, dijo. Después me preguntó si conocía la historia de Billie Jean. Le dije que no aunque conocía la canción bastante bien.

“Bien, era ella. Era una fan extremadamente entusiasta a la que llamé Billie Jean aunque no era su verdadero nombre. Esta chica estaba siempre alrededor de la entrada de mi casa cuando vivía en Encino y continuó siguiéndome hasta Neverland cuando me mudé aquí. Hizo varios intentos de entrar en la casa pero la pararon. Antes de entrar a la casa principal había intentado entrar por la valla de la finca antes de que la cogieran”. Michael continuó. “Cuando la cogieron en la casa dijo que había estado allí varias horas. Solo la acompañamos hasta la salida de la propiedad y la dejamos ir. Ya la conocía bien en ese momento pero nunca pensé en ella como una amenaza y nunca la denuncié a la policía”.

Le pregunté a Michael si alguna vez le había dicho lo que quería. “En realidad no. Ceo que además de querer verme, quería ver si realmente podía conseguirlo. Unos pocos meses después, mientras yo salía del rancho, ella estaba parada fuera de la puerta principal, como siempre, pero esta vez tenía un llavero con llaves sujeto de dos dedos y balanceándolo para que lo viera. Yo estaba en la limusina e hice parar al conductor y bajé la ventanilla. Le pregunté: “¿Qué es eso?” Ella no dijo nada. Caminó hacia mí, me dio un manojo de llaves y se marchó. Resultaron ser las llaves que abrían todas las puertas de la casa”.

Le pregunté si tenía idea de cómo las había conseguido y dijo: “Nunca lo averiguamos. Y esa fue la última vez que la vi”.

MICHAEL VE UN FANTASMA

Mason, Michael y yo estábamos hablando de fantasmas mientras íbamos en el Navigator hacia el teatro desde la casa principal. Mason tenía unos doce años entonces. Michael le preguntó a Mason si había visto alguna vez un fantasma. Mason contestó: “Sí, solía ver cosas en mi habitación cuando era pequeño. No se si era realmente un fantasma pero a mi me lo parecía en ese momento. Solía ver un cerdo de ojos rojos que entraba en mi habitación. A veces veía a la muerte con la guadaña con un traje de fraile y veía a un hombrecillo del tamaño de un enano también con el mismo traje flotando en una esquina de mi habitación. Me metía bajo las sábanas cada vez que los veía y me quedaba asustado hasta que me dormía”. Mason le preguntó entonces a Michael si había visto uno alguna vez.


“Sí. Estaba acostado en mi cama una noche y vi a un viejo sentado en una esquina fumando una pipa. Estaba muy asustado y le pedí a Jesús que le hiciera marcharse”, dijo Michael. “¿Lo hizo?”, preguntó Mason. “No. Se convirtió en una cabeza de águila flotando sobre los pies de mi cama y mirándome. Después la cabeza se volvió y desapareció. Eso me asustó tanto que al final hice derribar la casa y construir otra nueva. Nunca vi otro fantasma después de eso”.


BLANKET

Creo que es buen momento para mencionar que las invitaciones a cenar en el rancho casi llegaron al punto de ser completamente abiertas, pero nunca nos aprovechamos de eso. Solamente íbamos cuando Michael nos llamaba para ir o hacía que alguien nos llamara. Mis hijos habían llegado al punto de que algunas veces había declinado alguna invitación por otro evento mas interesante esa tarde. Michael decía: “Si cambian de opinión le diré a Kato que vaya a recogerles en una de las limos”. Esa tarde en particular, mientras entrábamos por la puerta principal, Criss echó un vistazo a un cochecito de bebé que había en el salón y recuerda que estaba muy bien vestido en azul y crema. Me dijo más tarde que sabía que había un bebé en la casa.


Cuando terminaba la cena nos dijo Michael: “Tengo una sorpresa para vosotros, chicos. Vamos al primer piso”. Después de darle las gracias a la cocinera por la cena, nos llevó a la primera planta a la habitación del bebé, que no había habido ninguna antes, pero se adaptó para la ocasión. Vimos a Michael ir hacia una cuna y sacar a un bebé. Se lo puso en los brazos a mi esposa y dijo: “Este es Blanket. Es mi nuevo hijo. Ha llegado hoy”. 

Mientras mi esposa acunaba a Blanket de un lado a otro me echó una mirada satisfecha que me pareció una encantadora mezcla de ‘te lo dije’ con ‘qué agradable fue tener de nuevo un bebé en brazos’. Mientras ella y las dos chicas que cuidaban de Blanket hablaban, Michael me llevó a un lado y me contó el camino que había seguido el bebé hasta allí. Le pregunté a Michael: “¿Por qué le llamaste Blanket?” “Es solo de forma temporal. He estado considerando llamarle Michael Jackson”, contestó. “Quieres decir Michael Jackson II”, contesté. “No. Solo Michael Jackson. Estoy planeando tener unos cuantos más y voy a ponerles a todos el mismo nombre. Igual que George Forman hizo con todos sus chicos. Creo que les dará alguna ventaja en la vida. ¿Tu que opinas?” Le dije que ciertamente sería un factor de confusión a resolver pero no había ninguna duda acerca de la parte de la ventaja.

CUMPLEAÑOS


Aunque Michael había sido criado como Testigo de Jehová, me dijo una vez que nunca le gustó la parte sobre no celebrar Navidades ni cumpleaños, de modo que un día simplemente decidió olvidarse de esas dos reglas junto con algunas otras. Siempre quise preguntarle sobre esas otras reglas pero nunca me acordaba. Hizo apuntar a alguien todas las fechas de cumpleaños de mi familia para hacerle saber cuando estaba próximos y así poder planear una fiesta, su cosa favorita. Hacía instalar una carpa blanca cerca del cine para una merienda con pastel y toda clase de regalos.


Solía enviar a casa a Kato vestido con un uniforme blanco, incluidos los guantes, en un bonito y brillante viejo Bentley azul oscuro para recoger a los niños y a sus amigos. Después iban a Neverland para una fiesta de cumpleaños. Bianca tenía toda su fiesta preparada y los elefantes destrozaron todo en su paseo diario por los alrededores de la casa. Derribaron las carpas y se comieron el pastel. Ella lo recuerda muy divertida. Recuerdo que Mason tuvo dos cumpleaños en
un año.


Michael llamó un mediodía y dijo que ya lo tenía todo preparado para Mason. “¿Para qué, Michael?”. “Para su cumpleaños, ¡por supuesto!”, contestó él. “Pero no es su cumpleaños, ya le hiciste una fiesta en abril”, le dije. Después de una pausa contestó como solía hacerlo: “Qué importa, vamos a hacer otra. ¡Creo en los no cumpleaños, sabes!”


MICHAEL Y LA MUERTE DE MI MADRE

El día que falleció mi madre yo me encontraba en Neverland con Michael. Ella se había estado sintiendo mal durante unos tres meses y yo se lo había dicho a Michael de vez en cuando. Él siempre me recordaba la importancia de estar rodeado por música clásica. Le dije que me había cuidado de eso aunque era algo en lo que ella había insistido siempre también.

Cuando recibí la llamada de mi hermana Pam de que nuestra madre parecía estar a punto de fallecer, le dije a Michael lo que pasaba y que me tenía que ir. Él me preguntó: “¿Estaría bien si voy contigo a verla, Barney?”, le dije que sí. Michael subió a mi coche y fuimos a casa de mi madre. Manuel nos siguió con Prince y Paris en el Navigator. Unos diez minutos antes de llegar a la casa mi madre había expirado. La teníamos en una cama de hospital en el salón junto a la chimenea, donde falleció. Michael me siguió hasta allí, miró a Pam a quien había visto antes una vez y le dio el pésame. “Creo que sería bueno rezar junto a ella, ¿les parece bien?”, preguntó mirando a Pam. Ella dijo: “Estoy de acuerdo”. Michael tomó la mano derecha de mi madre y yo tomé la izquierda con Pam y Manuel entre nosotros. Prince y Paris se quedaron en otra habitación jugando. Recé una corta oración pidiéndole a Dios que acogiera a mi madre en sus brazos y todos dijimos amén.

Después de la oración Michael se volvió a mi hermana y le preguntó: “¿Fue una buena madre para ti, Pam?” Dio en el punto exacto y Pam no pudo contestar. Simplemente le miró con los ojos llenos de lágrimas como si le dijera silenciosamente “no”. Saben, mi madre había sido dura con mi hermana. Era la mayor de cuatro hermanos y la había dejado a nuestro cuidado mientras ella pasaba la mayor parte del tiempo en cama con dolores de cabeza. Como resultado, no tenía buen recuerdo de su infancia o de su relación con nuestra madre. En cambio yo, al no haber estado en la misma posición de mi hermana no tenía más que buenos recuerdos. Michael se acercó a mi hermana, la rodeó con sus brazos y amablemente le dijo: “lo siento”, abrazándola mientras lloraba.

LIZ

Recibí una llamada de Michael una tarde y, como siempre, lo primero que dijo fue: “Barney, soy Michael”. Ya le había dicho muchas veces que la segunda parte no era necesaria porque su voz era muy reconocible. Sin embargo, nunca cambió. Parecía pensar que debía identificarse a sí mismo. Después dijo: “Voy a pedirte algo y tienes que prometerme que dirás que sí”.

Esto siempre me hacía reír y siempre decía: “Está bien, sí”.

“Ven al rancho. Tengo una sorpresa para ti”, dijo.


Cuando llegué allí estaba saliendo de la casa. Le dije: “Eh, Michael, ¿de qué se trata?”

“¿Te parece que te presente a una muy buena amiga mía?”


“Claro”, le dije.


“Está bien, sígueme”, dijo. Caminamos hasta la casa del lago junto al aparcamiento. Michael llamó a la puerta. Un hombre joven, que recuerdo que Michael me presentó como Jean Claude, abrió. Michael le preguntó si el perro estaba fuera de la habitación y Jean Claude le aseguró que sí. Mientras entrábamos, dijo Michael: “Elizabeth, este es mi buen amigo Barney”. Ella me miró y dijo: “Encantada de conocerte, Barney. Soy Elizabeth Taylor”. Caminé hacia ella, le di la mano y le dije que el placer era mío. “¿Conoces a mi ayudante, Jean Claude?”


“Sí, le conozco”, dije mirándole con una sonrisa. “Michael nos presentó de camino hacia aquí”. Elizabeth estaba sentada en la cama con almohadones detrás suya y una colcha sobre sus piernas. Michael y yo nos sentamos en el alfeizar de la ventana a su izquierda. Michael subió las piernas asegurándose de que estaban fuera del alcance del perro. Cuando entró más tarde vi que era solo un pequeño caniche blanco que no nos prestó atención a ninguno de nosotros, caminó hasta un cestito de Louis Vuitton y saltó adentro para echarse a dormir.

Nos quedamos sentados en la ventana preguntando solo de vez en cuando durante las siguientes dos horas mientras Elizabeth nos ponía al corriente sobre su vida. De sus siete maridos, aunque nos dejó claro que había amado algo en especial de cada uno, el único del que realmente estuvo enamorada fue Michael Todd, quien murió en un accidente de avión en 1958. Murió cuando llevaban alrededor de un año de matrimonio. Ella contó que estaba sentada a la mesa, no recuerdo dónde, cuando vio entrar a una amiga y dirigirse hacia ella. Dijo que sabía lo que iba a escuchar incluso antes de que hablara. No pudo explicar cómo lo supo pero mientras se levantó se dio cuenta de que su esposo estaba muerto.


Elizabeth era muy bien hablada, con un ligero acento más bien de clase alta en el modo de pronunciar ciertas palabras. Tenía una adorable sonrisa y un precioso color de ojos. Todavía era evidente su belleza. Michael y Elizabeth fueron buenos amigos durante años. De hecho, su ultima boda se había celebrado en Neverland. No recuerdo de qué terminamos hablando esa tarde pero recuerdo que mientras Michael y yo caminábamos de vuelta a casa me preguntó qué pensaba de ella. Le dije que me pareció una mujer encantadora pero mi impresión en conjunto era que esta mujer había perfeccionado el arte de utilizar a los hombres. Lo perfeccionó hasta un punto en que ninguna mujer que haya sacado provecho de un hombre podría hacerlo, porque Elizabeth Taylor les hizo sentirse orgullosos. Como ellos decían: ella es un valor en su género. Tenía un museo en joyas de calidad, pinturas, mobiliario y no solo procedentes de sus maridos.


Michael dijo: “Lo sé. ¿No es genial?”


“Supongo que estaría de acuerdo contigo”, le contesté.


“¿Quieres ver lo que me regaló por Navidad?”, me preguntó Michael.


“Claro que sí, déjame verlo”, le dije.


Fuimos a su oficina. De un cajón de su mesa sacó una carta abierta, tijeras, grapadora y otras cosas de oficina. Cada una de ellas tenía al menos una parte de cristal dentro del cual había cientos de diminutos diamantes flotando en aceite transparente. Michael agitó los objetos para enseñarme como se movían los diamantes por el aceite y brillaban a la luz.


Le dije que me parecían muy bonitos y después le pregunté qué le había comprado a ella por Navidad.


“¿Recuerdas el reloj del millón de dólares que te enseñé?”, dijo.


“Nunca lo olvidaré”, le dije.


“Le conseguí la versión para mujer del mismo”, dijo.


“Dios mío, Michael, ¿un reloj de medio millón de dólares?”, le dije.

“Casi”, dijo con una tímida sonrisa.


Recuerdo que pensé mientras salíamos de la oficina, “Ella es algo único”. Me recordaba a un verso de una canción de James Taylor: “Ella recibe largas cartas, a cambio envía postales”. Michael y yo entramos a casa a cenar y después nos reunimos con Elizabeth en el cine para ver una película. Los tres nos echamos en una de las camas de hospital, Elizabeth y yo a cada lado de Michael. En realidad vimos muy poco de la película por todo lo que estuvimos hablando y riendo. Cuando me fui, salí sin hacer demasiado ruido dejándolos a los dos en medio de una profunda conversación. Elizabeth se fue al día siguiente en helicóptero, del mismo modo en que había llegado.

SHIRLEY TEMPLE


Sé que no es mucho este capítulo, pero en lo poco que supone, para mí dice mucho de Michael. Le pregunté un día si había conocido a Shirley Temple. Dijo: “Sí, la he conocido”. Después le pregunté qué le pareció el encuentro.


Me dijo: “Me llevaron hasta su habitación y me dejaron solo. Ella entró por la puerta del otro lado y mientras caminábamos el uno hacia el otro, ella empezó a llorar. Y yo sabía la razón. La rodeé con mis brazos y dije: “¿Tu sabes, ¿verdad?” y ella asintió con la cabeza, llorando en mi hombro. Lo que compartíamos era un anhelo por la infancia que nunca tuvimos”.


INOCENTE

En algún momento del tiempo que pasé con Michael el tópico de Martin Bashir salió en la conversación. Le dije a Michael que había visto el documental y me había sentido entristecido por el cambio de actitud de ese hombre. Actuó como si estuviera preocupado y mostraron planos suyos sentado solo como si tuviera un propósito distinto. Estas actitudes parecían diseñadas para hacer sentir a la gente que en el fondo estaba muy preocupado por el modo en que Michael se comportaba con los niños.

Como si estuviera debatiéndose entre si debía decir una cosa o no. Creo que cuando lo mostraban pensativo consigo mismo como luchando con su preocupación, en realidad creo que sus pensamientos iban más en la línea de: ‘Esto no tiene un demasiado buen final. Haré mucho mas dinero y será mucho más interesante si le añado sensacionalismo. Mostraré lo preocupado que estoy porque Michael podría haber abusado de niños con algunas preguntas cuidadosamente construidas y algunas tomas de mí mismo profundamente pensativo’.

Una clase de situación similar me estaban imponiendo disfrazada de obligación de sensacionalizar esta historia que yo había escrito, hablando de los temas médicos de Michael. En realidad me dijeron que si no hablaba de ellos estaba siendo hipócrita. De todos modos, cuando hablé con Michael sobre este tipo me dijo: “Él me traicionó. Le dejé entrar en mi vida y convirtió cosas inocentes en ‘qué vergüenza de cosas’. Nunca discutí ninguna parte del juicio con Michael. Debería haber sido un juicio desestimado antes de gastar millones de dólares de impuestos del contribuyente.


Después de comenzar el juicio, Michael solo vino a mi casa una vez a pasar la tarde. Nada sobre el juicio se discutió jamás. Este había sido siempre un lugar seguro para él fuera de las preocupaciones y siempre lo mantuvimos de esa manera. La última vez que vi a Michael fue el día antes del veredicto. De nuevo, no hablamos del juicio. Le dije adiós después de una corta visita y nunca volví a verle desde entonces. Hay tanto que quería decirle. Aunque él sabía cuanto atesoraba nuestra amistad, así que quizás no había nada que decir. Vi el veredicto al día siguiente: ¡Inocente de cada cargo! Salió del tribunal y dejó el país inmediatamente. Lo comprendí. Estoy seguro de que se sentía vulnerable en el rancho. Si la policía quiso entrar e invadir su privacidad con poca o ninguna razón, creo que él solo quiso escapar.

Michael me preguntó una vez si alguna vez había permanecido de pie en el pasillo del avión cuando está despegando. Le dije: “No. Nunca he tenido la oportunidad. Siempre me obligan a ponerme el cinturón”. Él dijo: “Deberías hacerlo alguna vez. Es tan divertido. Simplemente te sujetas a los asientos y te inclinas hacia delante. Después te sueltas de los asientos y te inclinas en un ángulo increíble. Es muy divertido. Siempre lo hago cuando vuelo”. Solo para que se sepa. Ni mi familia ni yo creímos nunca que Michael molestara o tuviera un comportamiento inapropiado con ningún niño. Nosotros sabíamos que los nuestros estaban seguros a su lado y les permitíamos pasar tiempo con él cuando querían. No observé nada jamás que lo pudiera haber sugerido y nada de lo que yo conocí de este hombre podría haber permitido jamás atribuirle ningún comportamiento de ese tipo.

Cuando mi hijo Mason, de diecisiete años, vio en las noticias de la televisión que Michael había fallecido, apagó y se fue a su habitación sin decir una palabra. Se encerró allí toda la tarde y nunca dijo a la familia qué había estado haciendo. Solo descubrí días mas tarde, mientras miraba videos en You Tube, que Mason había escrito una canción: una declaración personal para Michael, quien había formado parte de su vida de un modo inmenso durante casi cinco años. En la descripción de la canción escribió lo que Michael había significado para él.


Mason terminaba diciendo: “Te veré en el cielo, Applehead”.


FIN

traducido por Bluesaway para MJHideout