En este libro publicado en 2010 por el escritor Gonzague Saint Bris, “En el Paraíso con Michael Jackson”, cuenta sus impresiones sobre Michael Jackson tras acompañarle en su viaje por África descubriendo una faceta totalmente desconocida del artista: su gran erudición, su amor por la lectura, por el arte y la historia.
BIENVENIDO A CASA, MICHAEL
Cuando estabas en la Tierra ya soñabas con el Edén y el retorno al Paraíso. Me pediste que te acompañara. Al África de tus raíces. Un día mientras nos adentrábamos en el bosque gabonés, me dijiste: “No juzgues a una persona hasta que no hayas caminado dos lunas dentro de sus zapatos.” Era un viejo proverbio indio… Cuando pronunciaste estas palabras, desde el negro carbón de tus ojos, comprendí que era un mensaje.
Ahora que estás en el Paraíso, me toca a mí hacer un recorrido sobre tu eterno retorno. Para mí, tú nunca fuiste mortal. Lo bueno que tiene la lengua inglesa es que podía tutearte y hablarte de usted al mismo tiempo. A veces eras como un fantasma, estabas allí y sin embargo parecías ausente. Otras veces estabas lejos y ese era tu modo de acercarte.
Como los príncipes de ese mundo a quienes se les ha dado el nombre de iconos, fuiste encantador durante tu paso por el tapiz rodante del tiempo. Avanzabas permaneciendo inmóvil, progresabas sin moverte realmente, te detenías retrocediendo, marcaste la distancia con el presente en una práctica rítmica del canto de los orígenes. En realidad no tenías un futuro porque lo que te esperaba era mejor. Fuiste atraído por la eternidad, esperado por la perpetuidad.
Siendo un futuro inmortal, estabas, quizás sin saberlo, en ese gran trabajo de preparación, en la extenuante tarea, en la titánica obra, en el largo camino que precede a la resurrección.
Gonzague Saint Bris
REGRESO A ÁFRICA
“Un hombre sin cultura es como una cebra sin rayas.” Proverbio africano citado por Michael Jackson. En el cadillac color cacao que nos lleva desde el aeropuerto hasta Libreville seguido por una multitud desenfrenada, Michael me ha dicho:
“MI REGRESO A ÁFRICA ES EL REGRESO AL PARAISO”
En el momento en que el avión de Michael Jackson, un Boeing 707 procedente de Los Ángeles, aterriza en Libreville sobre la pista del aeropuerto Léon-Mba, sobre el suelo del ecuador, a dos pasos del océano Atlántico, África acaba de recibir la espuma de un nuevo duelo. El océano ha esparcido la noticia por las playas. El escritor afroamericano Alex Haley, premio Pulitzer, ha muerto.
Fue el autor legendario de esa obra maestra que es además un best-seller, Raices, la gran saga del retorno a las raíces en África. Es como un signo y la transmisión de un testigo. La llegada a Gabón del cantante más grande de los tiempos modernos al reencuentro del continente de sus ancestros se asemeja a un inmenso símbolo. Por otra parte, el que arrastra tras de sí decenas de millones de admiradores, más que todas las estrellas de todos los siglos, anuncia el color, y es el negro: “Mi regreso a África, es el regreso al paraíso.”
En el aparcamiento del aeropuerto la acogida es delirante. Subido sobre el Cadillac color cacao que nos saca del aeropuerto, Michael irradia una alegría sin igual. Una multitud negra persigue su limusina presa de asalto por una multitud de adolescentes a lo largo del boulevard al borde del mar. Miles de críos corren detrás de la limusina de Michael Jackson quien, de pie, con una camisa con la figura de Mickey en la espalda, agradece a unos y otros con una sonrisa irresistible. Ahora, el vagón-salón de la megaestrella se dirige hacia la capital y la multitud abigarrada pone ritmo a su gloriosa aparición con un bramido de amor.
Los festejos con su África reencontrada no han hecho más que empezar. Jamás, desde la llegada de Nelson Mandela, un invitado había reunido tal multitud ni levantado tal fervor. La visita está organizada como la de un Jefe de Estado: Reuniones de generales, seguridad máxima, acreditaciones de personas destacadas y del séquito, recepciones en el Palacio Presidencial de Omar Bongo, en el Salón de Embajadores decorado en maderas claras y preciosas, techos de campana y marquetería y marroquinería.
Pero antes de los encuentros oficiales, Michael, que ha venido con uno de sus pequeños primos, Brett, ha querido tener un encuentro con ese grupo de niños en el Okoumé Palace, donde se instala con su séquito, es una merienda con mil niños organizada por él. Y en el salón de fiestas, el ídolo que encarna la música y la danza negras desde Cab Calloway a James Brown, va a descubrir la excitación local y las danzas étnicas. Una joven de 13 años, de nariz egipcia, ojos elevados y almendrados como los de aquellos nubios, de cadera estrecha y piernas interminables, se contonea delante de él. Y después de este ejercicio de seducción, toda orgullosa, viene a susurrarme al oído: “Le he tocado.”
…¿No tendrás otra historia de Leonardo que contarme durante la cena? Me pidió amablemente Michael.
Enseguida pensé en aquella de La Cena. El modo en que había sido pintado este famoso fresco no podía más que excitar su imaginación porque ponía en evidencia las preocupaciones que podían ser más personales: La metamorfosis y la identidad.
Me gustaría contarte la extraordinaria historia de una obra mayor de Leonardo da Vinci, el famoso fresco de La Cena en el Monasterio de Santa María de las Gracias en Milán. Este fresco representa una escena inmensamente conocida: Cristo a la mesa con sus Apóstoles. Son trece en la mesa pero hay un traidor allí entre ellos, Judas. Fue Ludovico Sforza, conocido como El Moro, duque de Milán, quien ha pedido a Leonardo da Vinci que pintara la última cena sobre los muros del refectorio de Santa María de las Gracias. Leonardo comenzó a trabajar pero, como siempre, fue distraído por sus otros trabajos. Ni siquiera aparecía por la obra. Finalmente es convocado por su mecenas, avisado de sus ausencias.
Sforza le pregunta con furia: “¿Dónde estabas? -Mirad Majestad, necesito encontrar un tipo suficientemente bello para ser el modelo de Cristo.” Unas semanas después lo encuentra. Pero un año después todavía no ha terminado su obra. Seis meses han pasado y Ludovico Sforza le convoca, furioso. Le dice: “Te burlas de mí, todavía no has terminado, los monjes dicen que nunca vienes por la obra, el prior te ha denunciado”.
-Mirad señor, me falta lo más difícil… busco desde hace meses un tipo que tenga un aspecto sucio para hacer de Judas y, creo yo, no es fácil. Voy a los bajos fondos de la ciudad, a los albergues mal frecuentados, todas las noches estoy en los burdeles de Borgho para buscar a alguien que pueda representar a Judas. Y efectivamente, una noche Leonardo vio un tipo con el ojo torvo, la boca torcida, el aspecto retorcido, mala cara, “!el casting infernal!” Se aproxima a él y le dice: “Tú, ¿te gustaría posar para mí?” El otro le ha reconocido: “Ah sí, se quién eres, tu eres Leonardo. Pero primero qué haces tú en un lugar como este… y además, me pides posar, pero ¿para hacer qué?”
Leonardo le dice: “Es para hacer de Judas…pero te daré dinero.” El hombre hace un movimiento de retirada y de indignación al mismo tiempo. Palidece, el dolor se dibuja en su cara. “No, no, ¡eso no lo puedo hacer! ¡Tú no me puedes pedir a mí que encarne a Judas!” Pero ¿por qué? Pregunta Leonardo. La respuesta surge irrefutable: “!Porque es a mí a quien, hace un año y medio, me pediste posar para encarnar a Cristo!”
-¡Guauu! Exclama Michael.
Y entonces, él me propone hablar largamente de Miguel Ángel. Me deja estupefacto por su conocimiento del Renacimiento italiano, me da miles de detalles sobre las relaciones contrastadas y plenas de rivalidad entre Leonardo y Miguel Ángel. La velada proseguía y yo estaba cada vez más silencioso, epatado y sorprendido por esta repentina elocuencia provocada por su pasión por la escultura y la pintura.
¿Cómo sabe usted todo eso? Le pregunté.
-Es por Diana, murmura con su suave voz.
-¿Pero quién es Diana?
-Diana Ross, ¡por supuesto!
-¡Ah, bueno! No sabía que ella tenía tal interés por la pintura.
Entonces veo iluminarse el rostro de Michael. Me dice: -Es a ella a quien debo todo. Ella me ha iniciado al amor al arte. No solo me ha hecho comprender mejor a los maestros del Renacimiento, sino que me ha revelado los misterios de la pintura de Poussin y me ha enseñado los rasgos característicos de Degas.
¡Qué paradoja que este ciudadano del mundo me haya invitado al corazón de África para discutir sobre los maestros de la cultura europea!
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Los comentarios que se hagan en los posts están bajo moderación con el fin de evitar el Spam u otros comentarios ofensivos a los usuarios, se publicarán y obtendrán respuesta en la mayor brevedad posible...
Gracias por tu visita y Saludos.