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miércoles, 28 de diciembre de 2011

JERMAINE JACKSON: YOU ARE NOT ALONE...A TRAVES DE LOS OJOS DE UN HERMANO (3ra. Parte)



CAPÍTULO 6: Universidad Motown

Nuestro manager del día a día era Suzanne de Passe. Una neoyorquina alta de pelo rubio; después de Diana Ross, la chica más guapa que habíamos visto.

Ella lo supervisaba todo con la paciencia de un santo, creo que debía sentirse más como una niñera que como una manager. A Michael le apodó “Casper Milquetoast,” no recuerdo por qué, y a mí “Maine.” En el escenario éramos salvajes y enérgicos, pero fuera de él, éramos solo chicos, enredando y haciendo el loco por ahí y difíciles de manejar. En muchos aspectos, ella estaba tan verde como nosotros, lo que hacía la aventura mucho más divertida. Tenía mucha energía e ideas y nos hizo sentir confortables en un mundo desconocido para nosotros. El señor Gordy no quería que nos perdiéramos en el torbellino: “Aunque tenéis la habilidad de convertiros en enormes estrellas y ganar mucho dinero, la cosa más importante es ser una persona buena y decente.”

Sospecho que la mayoría de Hollywood se reiría con estas palabras hoy día, pero eran otros tiempos y fueron las ideas que conformaron las expectativas de Michael. Creo que él pensaba sinceramente que todo el mundo era tan amable, afable, divertido y servicial como Berry Gordy y Diana Ross. Porque no era solo la Universidad Motown, era la Familia Motown.

Hicimos nuestro debut en televisión para el espectáculo de Miss Black América en el Madison Square Garden de Nueva York; que se televisó en la cadena ABC en el programa del sábado noche en horario de máxima audiencia, The Hollywood Palace Show, con Diana Ross como invitada especial presentándonos. Mamá, Janet, Randy, La Toya y todo aquel que se presentó en el salón de nuestra casa de Gary, estaban viéndonos. Esa noche vimos por primera vez al gran Sammy Davis Jr. Sammy se refería a Michael como “el pequeño enano”, algo que normalmente no era muy apreciado, pero que sonaba bien de labios de una leyenda. No se podía creer lo bien que Michael conocía sus movimientos y cantaba una canción, “este chico no debería saber tanto a su edad!”

Recuerdo también otra actuación, The Ed Sullivan Show, por la imagen de Michael con un ancho sombrero rosa. Se convirtió en una imagen clásica con los años, pero la gente no sabe el pánico que hubo detrás de esa imagen. Cuando llegamos al estudio, alguien había olvidado los sombreros para el show. La pobre Suzanne de Passe tuvo que salir corriendo y coger lo que pudo encontrar en el Greenwich Village Market – y ese sombrero rosa para Michael es todo lo que pudo encontrar. Michael se miró al espejo, todo rosa, azul y marrón y dijo, “me gusta!”

CAPÍTULO 7: Jackson-manía

Nada podía habernos preparado para lo que llamaron Jackson-manía. El caos se convertiría en algo habitual en cada nuevo concierto en cualquier parte del mundo. Motown aumentó la protección policial y ensayábamos la “salida estratégica” de forma rutinaria. A la hora de salir corriendo, cada uno se ocupaba de sí mismo y, sin distraerse, se iba directo hasta el coche. Pasar por entre los fans camino del coche podía ser tan confortable como atravesar un enorme rosal. Una vez dentro del coche no podíamos ver nada por las ventanas porque la masa de cuerpos eclipsaba la luz del día.

Una vez intentamos calmarles bajando los cristales de las ventanillas para dejarles un autógrafo: 10 brazos agarraron el trozo de papel como si fueran pirañas haciéndolo pedazos. Bill Bray gritó, “Nunca volváis a hacer eso! Os pueden arrancar los brazos!” De vuelta al hotel comparábamos nuestras heridas, cortes, arañazos y magulladuras que se convertían en recuerdos de cada ciudad. La cosa más extraña fue llamar a casa para hablar con mamá y preguntarle si estaba bien y contestó, “Oh, sí, estoy bien, invité a algunas fans a entrar y les di algo de beber.”

“¿Por qué las invitaste a entrar, mamá?”

“Bueno, no quería ser maleducada y echarlas, ¿no?”

A todos nos gustaba este tipo de adulación a pesar del miedo a veces por tanta locura persecutoria. Michael decía: “Ellos son los que compran los discos y van a los conciertos, los que hacen que esto esté pasando, no es Joseph, ni Motown, ni nosotros.” Después de un concierto y la gran escapada, encendíamos la televisión en nuestro hotel para ver las noticias locales. Era algo extraño vernos a nosotros mismos en la televisión. Michael observando a Michael era algo digno de ver. Se estudiaba tan detenidamente en los trozos de conciertos que ponían como lo hacía cuando veía a James Brown o a Sammy Davis Junior.

Era el único momento del día en que estaba quieto, autocriticándose, observando cada movimiento y buscando cómo mejorar. No sabía lo bueno que era. La gente alucinaba con él en los 80, pero ya era así en los 70 también. Era electrizante y sabía cómo llevar a la gente. Hablaba como un líder, no como un hermano de 12 años. “¡¿Estáis PREPARADOS, colegas?!” nos decía, o cuando la canción había salido muy bien gritaba, “Adelante!” (“Right on!”), tomando la frase de Marvin Gaye.

Los periodistas siempre estaban fascinados por el talento precoz de Michael y trataban de hacerle contestar la gran respuesta a las preguntas menos originales: “Michael, ¿cómo lo haces? ¿De dónde te viene [el talento]?” Michael, normalmente pasando las páginas de una revista como su barrera de defensa, practicaba el consejo que le ensañaron en Motown: repetía la pregunta en voz alta para darse tiempo a pensar en la respuesta: “Que cómo lo hago…” Y entonces venía la gran respuesta: “La mayor parte de las veces no sé qué estoy haciendo. Solo lo hago lo mejor que puedo. Solo actúo.” Igual que preguntarle a un pájaro cómo vuela: no lo sabe, solo mueve las alas y echa a volar.

Con tanta adrenalina acumulada después del concierto, era casi imposible irse a dormir. Pero tampoco podíamos salir a dar una vuelta a tomar el aire porque las fans no solo sitiaban nuestro hotel sino también los pasillos buscándonos a nosotros o a nuestro hombre de seguridad, Bill Bray. Si le encontraban a él, ya tenían a los Jackson 5. Él estaba siempre en la puerta de la habitación sentado en una silla o en la habitación de enfrente con la puerta abierta viendo la tele. Su trabajo consistía según sus propias palabras:

“Asegurarme de que ninguna chica sube y ninguno de vosotros baja a buscarlas.” Una vez, creo que fue en Chicago, tres chicas subieron justo en el momento en que Bill fue al baño. Marlon, Michael y yo habíamos pedido al servicio de habitaciones y escuchamos cómo llamaban insistentemente a la puerta, pero no era Bill, él siempre decía, “Abrid la puerta, jokers.”

Miramos por la mirilla y vimos a tres chicas tapándose la boca tratando de no gritar. Hasta que escucharon a Michael preguntar, “¿Quién es?” Entonces no pudieron contenerse. Empezaron a aporrear la puerta, gritando que les dejáramos entrar. “MICHAEL! MICHAEL! Déjanos verte… déjanos entrar… solo un minuto…” De un lado, tres fans golpeando la puerta como locas. Del otro, tres hermanos con las espaldas bien apretadas contra la puerta y los pies bien clavados en el suelo por si acaso las chicas la echaban abajo. Puede parecer una locura, pero cuando has visto como un montón de chicas destrozan un escenario, no te queda duda de cuál es el sexo fuerte.

De modo que como las fans estaban en todas partes, nuestro forzado confinamiento no nos dejaba muchas posibilidades para relajarnos y respirar, lo que significaba siete chicos rebosantes de energía rebotando por las paredes. Teníamos que liberarla de alguna manera y, con el permiso de Bill, solíamos hacer carreras por los pasillos o ver quién podía ir y volver de un lado al otro más deprisa. Hacíamos guerras salvajes de almohadas y he perdido la cuenta de cuantos colchones rompimos utilizándolos de trampolín.

En medio de esta locura natural, Michael se encontraba en su elemento. Como el gran bromista que era, acumulaba un almacén de polvos pica-pica, cojines tirapedos, bombas de peste y globos de agua. Arrojar globos de agua a la gente desde las ventanas del hotel, dejar bombas de peste en los ascensores y dejar bolsas de agua colgando de una puerta es un pequeño ejemplo de sus bromas favoritas. Él nos enredaba a todos en ellas y nuestros objetivos principales eran Suzanne de Passe, Bill Bray, Jack Richardson y Bob Jones. Suzanne siempre sabía que tramábamos algo, pero Bob picaba siempre.

Creo que Bill sentía pena de nosotros, especialmente por Jackie y Tito, de 21 y 17 años entonces, que no podían salir a los clubes y se tenían que quedar en la habitación viendo deportes y haciendo maquetas de aviones y barcos, respectivamente. Él sabía lo duro que trabajábamos, ensayando, viajando, actuando… Bill era un exdetective asignado por Motown para protegernos. Estaba un poco sordo, así que teníamos que gritarle siempre. Le llamábamos “Shack Pappy” y le respetábamos enormemente, principalmente porque aguantaba nuestras bromas. A veces, el ritmo intenso que llevábamos le hacía quedarse dormido detrás del escenario o en el hotel antes de una actuación. Michael, rápido como siempre, le ataba entre si los cordones de los zapatos y se iba corriendo detrás de la puerta. Después lanzábamos unos gritos de pánico: “BILL! BILL! SOCORRO!” Entonces se levantaba de un salto y caía de bruces contra el suelo.

En las giras, una de las cosas que más le gustaba hacer a Michael era pedir al servicio de habitaciones la mayor cantidad de platos para otra habitación. Pero lo que más le gustaba eras llamar a uno del equipo con voz de chica y fingir que era una fan. Jack Nace, nuestro manager de gira y Jack Richardson, nuestro conductor, eran los objetivos favoritos. Cuando descolgaban el teléfono, Michael se presentaba como una fan: “Te vi anoche… me encanta como te veías,” decía con su voz aguda y le detallaba lo que llevaba puesto para darle autenticidad. “…y yo era fan de Michael pero no podía quitarte los ojos de encima…”

Yo me reía tan fuerte que tenía que irme al baño, pero Michael seguía: “¿Qué aspecto tengo?” preguntaba con una risilla tímida. “Bueno, soy alta, delgada y muy guapa… todas las chicas me lo dicen… ¿Cuantos años tengo? Casi 16.” Así seguía unos diez minutos por lo menos, tomándoles el pelo y engordándoles su ego, pero nunca les decíamos que éramos nosotros.

Si hubo una ciudad en la que no se dejó notar el efecto de la Jackson-manía fue en Mobile, Alabama. Esperábamos con ganas esta cita porque era un regreso a las raíces de nuestra madre, pero no tuvimos un cálido recibimiento. Nuestros padres ya nos habían advertido sobre los prejuicios del Profundo Sur y de cómo las comunidades negras estaban empezando a levantarse después del boicot en los autobuses en los años 50 o sobre la violencia del Ku Klux Klan. Habíamos visto hombres caminando cubiertos con sábanas en sus cabezas y quemando cruces, pero nuestro conocimiento de la historia era escaso antes de nuestra propia experiencia en Alabama en enero de 1971.

La primera diferencia que notamos fue que el conductor de raza blanca de nuestra limusina era frio y abrupto y no charlaba como los otros que tuvimos. Al llegar al hotel, no salió del coche para abrir las puertas ni salió nadie del hotel para ayudarnos con las maletas. Cuando sacamos nosotros mismos las maletas del coche fue cuando vimos la parafernalia del KKK. Nos quedamos helados. En la recepción del hotel recibimos el mismo recibimiento. “No creo que tengamos ninguna habitación reservada para ustedes.” Después de que Suzanne de Passe o alguien discutiera un rato, conseguimos una habitación.

Todo esto nos hacía ser más decididos al subir al escenario. Ahora llevábamos la antorcha de nuestros antepasados, éramos chicos negros actuando para fans negros que podían ahora identificarse con nosotros. Sus gritos en la actuación de esa noche se sentían como algo más que Jacksonmanía: sabían a desafío y victoria. Como dijo Sammy Davis Jr. en 1965: “ Ser una estrella ha hecho posible que sea insultado en lugares en donde un negro normal no hubiera podido esperar entrar y ser insultado.”

Los recuerdos de Alabama no fueron tampoco los mejores para Michael, porque cuando dejamos Mobile en el 727, el avión comenzó a agitarse violentamente, dejando a Michael –y a mí- petrificado y fuertemente agarrado al asiento y llorando. Cuando las cosas se calmaron, una azafata fue a nuestro asiento y nos aseguró que se trataba de algo normal, lo que nos tranquilizó hasta que el piloto arruinó la calma diciendo que el avión había sido difícil de controlar pero al final lo consiguió.

Algún tiempo después, cuando dejamos el hotel para ir al aeropuerto, no podíamos encontrar a Michael. Bill lo encontró debajo de la cama llorando y negándose a salir porque no quería subir al avión. Afuera llovía fuertemente y había tormenta. Hizo falta mucha negociación por parte de Suzanne, Bill y Jack Richardson. Finalmente fue Bill quien tuvo que llevarlo sobre sus hombros mientras lloraba y pataleaba. Esto se repitió en varias ocasiones más e hizo falta mucho amor y consuelo por parte de nosotros y de las azafatas, además de una buena cantidad de caramelos

LOS AÑOS INTERMEDIOS, LA ÉPOCA DE HAYVENHURST

CAPÍTULO 8: Lecciones de Vida

Cuando Michael vio la piscina con los dos delfines en el fondo, no tuvo ninguna duda: Hayvenhurst era su casa soñada –y la habíamos obtenido gracias a la música. Fue en mayo de 1971 cuando nos instalamos en Encino, un suburbio de Los Ángeles en el Valle de San Fernando. En principio era una casa de una sola planta que después Michael remodeló. Su anterior propietario era Earle Hagen, un compositor de música para televisión, por eso la casa contaba con su propio estudio, además de seis dormitorios, piscina, pista de baloncesto y unos 8.000 m2 de terreno. Podíamos nadar en la piscina hasta el atardecer y sentarnos a desayunar en el patio rodeados de naranjos y limoneros. Por primera vez teníamos espacio, éramos 13 personas con las adiciones de Jack Richardson y Johnny Jackson.

La nueva casa era un signo de que estábamos ganando dinero y cada uno recibíamos una paga de cinco dólares a la semana. Michael los gastaba en material de dibujo. También desarrolló una gran fascinación por los trucos de magia. Cuanto más se sorprendía nuestra madre -mientras convertía un paraguas en un ramo de flores y hacía desaparecer una moneda de su mano- más feliz estaba él.  A pesar de nuestra nueva fortuna, nuestros padres no nos malcriaron nunca. Todavía teníamos tareas. Si alguien nos hubiera visitado cualquier fin de semana, se habría encontrado a Tito y a mí pasando la aspiradora y lavando, a Michael, Randy y a Janet limpiando las ventanas y a Jackie y a La Toya fregando el suelo y recogiendo hojas del jardín.

Michael recibió algunas amenazas de muerte, no recuerdo los detalles pero eso fue suficiente para cambiarnos a la escuela privada. No queríamos tentar a la suerte, especialmente después de que una de las Supremes, Cindy Birdsong, fuera atacada y secuestrada en su casa el mismo año en que nos mudamos a California. Tal vez por eso llegaron a casa Lobo y Heavy, dos perros pastores alemanes. Lobo gruñía de tal modo que cada periodista que visitaba la casa lo mencionaba en su entrevista.

Tito, Marlon, Michael y yo asistíamos a la escuela Walton en Panorama City. Su actitud liberal nos permitía faltar cuando era necesario salir de gira y nos trataban igual que a los demás. Michael incluso tuvo que hacer una audición para la obra que se representó en el colegio, Guys and Dolls. Un día estábamos en la puerta del colegio cuando vimos aparecer un coche fúnebre. Un muchacho alto, guapo y con un afro todavía más impresionante que los nuestros salió del coche junto a una persona mayor, creo que su madre, discutiendo que no quería quedarse allí. Entonces se dio la vuelta y vio a Tito. “Espera… ¿todos vosotros estáis en esta escuela?

“Sí, todos menos Jackie,” dijo Tito.

Nunca he visto a un chico que cambiara más rápido del enfado a la sonrisa. Antes de darnos cuenta, John McClain, el hijo del director de la funeraria, estaba despidiendo a su madre y pensando que había llegado a la escuela más guay del mundo. Desde entonces se convirtió en amigo nuestro y compartía sus aficiones musicales tocando con Tito, su fascinación por Motown y su lado travieso con Michael. Cuando los dos estaban juntos, el problema era doble. Una tarde estaba con ellos en el patio de la escuela cuando vi a ese chico, George, en los columpios, a unos 50 metros de donde estábamos. “Te apuesto a que no le lanzas este melocotón a la cabeza y le das!” dijo Michael, retándome y olvidándose de mi puntería.

“¿Cuánto?”

“Dos dólares.”

Hora de jugar. Me dio el melocotón, ajusté mi puntería y… BOOM!  Michael daba saltos arriba y abajo y salió corriendo mientras George se preguntaba quién y qué le habría golpeado. Pero su mayor broma fue cuando decidieron darle una lección a Sean, un chico algo impertinente. John, sin duda aplicando sus conocimientos en el tema funerario, cavó un agujero en el patio del colegio de poco más de un metro de profundidad. No tengo idea de cómo hicieron para llevarle hasta allí pero Sean –rubio y con un corte de pelo a lo Beatles- acabó de rodillas en el agujero mientras Michael y John lo enterraban lanzándole tierra con los pies hasta el pecho. Entonces salió una profesora. “¿Quién hizo esto? Sacadle de ahí ahora mismo!”

Esa fue una de las pocas ocasiones en que escuché a una maestra estas palabras: “¡Estoy sorprendida contigo, Michael Jackson!” Michael siempre estaba pegado a mí fuera de las clases, como el pegamento. Una vez que pensé que me lo había conseguido despegar, desaparecí con una chica en el cuarto oscuro de la clase de fotografía. Estábamos allí con la puerta cerrada y a punto de besarnos cuando… “TE PILLÉ, TE PILLÉ!” Gritó Michael súbitamente.

Causó tal escándalo que llegó una profesora a ver qué pasaba y mientras yo trataba de explicarle qué hacía allí, escuché a Michael riendo mientras se iba a toda prisa. En otra ocasión, estaba yo con una chica en mi habitación del hotel. La cosa se estaba poniendo seria, besándonos y acariciándonos de una forma que yo no creía posible. “Me encanta cómo me acaricias los muslos…“ decía… [“Yo no estoy acariciándote los muslos.”] Me las arreglé para echar un rápido vistazo debajo de la cama y fue cuando vi el brazo de Michael saliendo y haciendo círculos con la mano en el muslo de ella.

“MICHAEL!!”, salté. La chica abochornada y Michael riendo y gateando ya hasta la puerta.  Me negué a hablar con él aquella noche. Cuando apagamos las luces y me dijo buenas noches, no le contesté. Esperó unos minutos en la oscuridad y entonces hicimos las paces. “Tenía unos muslos muy suaves!”, dijo. Y los dos estallamos en risas.


Cuando actuamos en el Coliseum de Memphis estábamos muy contentos porque eso significaba que no solo íbamos a reunirnos con Rebbie, sino también con su hija, nuestra nueva sobrina, Stacee, de 10 meses de edad entonces. Rebbie condujo desde Kentucky durante la noche hasta nuestro hotel y pidió una cuna para ponerla en la habitación de al lado. Nadie estaba más contento que Michael cuando llegó nuestra hermana mayor y se comportó como el más cariñoso de los tíos. Pasó más tiempo que nadie con Stacee haciéndole reír con muecas. De hecho, no sé quién entretenía más a quién mientras andaban a gatas de un lado a otro. Les dejamos a los dos solos mientras nos fuimos con Rebbie a la habitación de al lado cuando, después de una hora, nos preguntamos, “¿Está Michael todavía ahí?”


Rebbie fue a mirar. Un segundo después se asomó a la puerta, con un dedo en los labios haciendo señales para que nos acercáramos sin hacer ruido y vimos la escena más linda y divertida –Michael se había subido a la cuna, se había acurrucado junto a Stacee y se habían quedado los dos dormidos. Era una imagen angelical. Michael tenía entonces 13 años y ya entonces su empatía, amabilidad y conexión con los niños era siempre una parte intrínseca e inocente de él.

Traducido por Marisa Ramirez (Bluesaway) para mjhideout

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