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viernes, 10 de agosto de 2012

Devin Lazerine recuerda su visita a neverland

Devin Lazerine, editor de rap-up


Uno de los recuerdos más inolvidable de mi niñez fue mi visita a Neverland Ranch cuando tenía 13 años. Cuando falleció Michael Jackson, reviví aquél día mágico y me puso una sonrisa en la cara. Han pasado muchos años desde aquello, pero todavía lo siento como si fuese ayer.


Fui invitado al reino del Rey del Pop para celebrar el cumpleaños de una de sus sobrinas. Viajamos desde la casa de los Jacksons en Encino en un coche con cristales tintados. La seguridad se aseguró de que nadie nos seguía en nuestro camino por la costa hacia el condado de Santa Barbara. Me gustaría poder compartir fotos, pero las cámaras no estaban permitidas.


El Neverland que recuerdo era muy diferente al que salía en la TV los días siguientes al fallecimiento de Michael. Estaba lleno de vida, color y calidez. La felicidad era palpable. Se podía sentir desde el momento que ponías el pie en la propiedad. El sol brillaba sobre las colinas, había música saliendo de los árboles (literalmente), y los pájaros cantaban. Abrimos las puertas majestuosas y vimos lagos y estatuas de bronce de personajes de cuento. Me preguntaba si Michael estaba allí en ese momento, pero no le vimos. Lo que vimos fue lo más cercano a vivir un sueño. Había un parque de atracciones, un zoo, unos recreativos, una estación de tren y mucho más. Imaginad Disneyland, excepto que todo era gratis y no había que hacer cola.


Al principio nos llevaron al cine a ver el cortometraje de “Ghosts” del disco del Rey del Pop "Blood on the Dance Floor: HIStory in the Mix", que todavía no había visto el público. En la antesala del cine había un puesto donde podías consumir tantos refrescos y barras de caramelo tamaño gigante como quisieras. Lo único que te frenaba era tu propio autocontrol. Tras la proyección, fuimos al zoo para ver el reptilario y los animales de granja. Había también otros animales como monos, cabras, cerdos, serpientes, ranas, ponys, llamas, leones y canguros. El día que estuvimos allí nació una girafa.


Tras el zoo, tuvimos una barbacoa en una carpa junto al cine. No recuerdo que la comida fuera extraordinaria, pero no había ido allí a comer. Yo me fui a meter mis manos para coger todo el algodón de azúcar que pude. Había carritos con dulces por toda la propiedad. Lo siguiente fue el parque de atracciones, lo mejor del día. Condujimos coches de choque, subimos a la noria, al carrusel, a las sillas voladoras, y mi favorito, el Eyerly Spider, que tenía brazos como un pulpo y te subía y bajaba. ¡Debí montar más de diez veces!


Desde allí, salimos hacia la estación del tren donde había chocolate caliente, postres y una pared llena de pantallas de TV con una Nintendo 64, esperándonos. El tren, llamado Katherine por la madre de Michael, entró en la estación. Subimos y nos llevó hacia una cabaña de dos pisos repleta de máquinas recreativas cerca de la casa. Jugué a Michael Jackson’s Moonwalker, probé un simulador de vuelo y salté en una cama elástica hasta que fue hora de volver a casa.


Salí con un souvenir, una piruleta con el logo de Neverland que es un niño sentado en la luna. La piruleta se desintegró con los años, pero el recuerdo durará toda la vida.

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