Yo tenía pensado dedicar la mayor parte de 1984 a trabajar en unas ideas para una película, pero mis proyectos se frustraron. En enero, me quemé en el plató de un anuncio de Pepsi que rodaba con mis hermanos. La causa del fuego fue, pura y simplemente, la estupidez. Rodábamos de noche y yo tenía que bajar por una escalera mientras a mi espalda, a cada lado, estallaban cartuchos de magnesio. Parecía muy fácil. Yo bajaba la escalera y, detrás de mí, estallaban los cartuchos. Hicimos varias tomas que estuvieron perfectamente sincronizadas. El efecto de relámpago de los fogonazos era soberbio. Hasta después no descubrí que los cartuchos estaban a medio metro de mi cabeza, lo cual era una infracción de las reglas de seguridad. Yo estaba a medio metro de una explosión de magnesio.
Luego, Bob Giraldi, el director, me dijo: -Michael, bajas demasiado pronto. Queremos verte ahí arriba. Cuando se enciendan las luces, queremos que se vea que estás ahí. Por lo tanto, espera. Y yo esperé, las bombas estallaron a cada lado de mi cabeza y las chispas me prendieron en el pelo. Yo bajé por la rampa bailando y dando vueltas, sin saber que estaba ardiendo. De pronto, mis manos, en un movimiento reflejo, fueron hacia mi cabeza, en un intento de sofocar las llamas. Caí al suelo, tratando de sacudirme las llamas. Después de la explosión, Jermaine dio media vuelta y me vio en el suelo y pensó que alguien del público había disparado, porque trabajabamos de cara al público. Esto le pareció. Miko Brando, que trabaja para mí, fue el primero que llegó a mi lado. Luego, el caos. La locura. No hay película que pueda captar el dramatismo de lo que pasó aquella noche. La gente chillaba. Alguien gritó: «¡Que traigan hielo!» Había ruido de carreras alocadas, y la gente exclamaba: «¡Oh, no!» Llegó la ambulancia y, antes de que se me llevaran, pude ver a los directivos de Pepsi reunidos en un rincón, aterrorizados. Recuerdo que, cuando los enfermeros me pusieron en la camilla, los de Pepsi, del susto, no se atrevían ni a preguntar cómo estaba.
Mientras, a pesar del terrible dolor, yo me sentía ausente. Contemplaba cómo se desarrollaba el drama. Después me dijeron que eso se debía al shock, pero recuerdo que disfruté del trayecto hasta el hospital, porque nunca pensé que iría en ambulancia tocando la sirena. Era una de las cosas que siempre deseé de chico. Cuando llegábamos me dijeron que a la puerta del hospital había fotógrafos y cámaras del telediario, de modo que pedí mi guante. Hay una foto mía famosa saludando desde la camilla con el guante.
Después, uno de los médicos me dijo que era un milagro que estuviera vivo. Un bombero había comentado que, en la mayoría de casos, se te incendia la ropa y puedes morir o quedar desfigurado. Ni más ni menos. Yo tenía quemaduras de tercer grado en el cuero cabelludo que casi me llegaban hasta el cráneo, por lo que tuve muchos problemas, pero, a pesar de todo, hubo suerte.
Ahora sabemos que el incidente generó mucha publicidad para el anuncio. Se vendió más Pepsi que nunca. Y después los de Pepsi me ofrecieron el contrato publicitario más fabuloso del mundo. Era tan fantástico que pasó al Libro Guinnes de Récords Mundiales. Pepsi y yo trabajamos juntos en otro anuncio llamado «The Kid» y yo les dí problemas al limitar mis planos, porque me parecía que todos los planos que pedían no iban a resultar. Después, el anuncio fue un éxito y me dijeron que yo tenía razón. Todavía recuerdo lo asustados que estaban los de Pepsi la noche del fuego. Pensaban que el hecho de que yo me hubiera quemado daría mal sabor de boca a todos los chicos americanos que bebieran Pepsi. Sabían que yo podía demandarles, y nada me lo impedía, pero me mostré amable. Muy amable. Me dieron un millón y medio de dólares que yo doné acto seguido al Centro de Quemados Michael Jackson. Quería hacer algo porque me sentía muy conmovido por los otros quemados que conocí en el hospital. Luego llegó la gira Victory. Hice con mis hermanos cincuenta y cinco actuaciones en cinco meses.Yo no quería ir en la gira Victory y me resistía. Consideraba que lo más sensato sería no hacerla, pero mis hermanos se empeñaron y por ellos fui. Entonces me dije que, puesto que había decidido ir, tenía que poner toda el alma en lo que hacía.
Cuando empezó la gira, en muchas decisiones fui derrotado por la mayoría; pero cuando estás en escena te olvidas de todo y te entregas. Mi objetivo durante la gira Victory era darlo todo en cada actuación. Yo esperaba que vinieran a verme incluso las personas a las que no les gustaba. Quería que fueran a ver el espectáculo por curiosidad. Que corriera la voz. La recomendación es la mejor publicidad. Nada la supera. Si una persona en quien yo confío me dice que algo es bueno, allá voy. En aquellos días de Victory, yo me sentía muy fuerte. El dueño del mundo. Lleno de vigor. En aquella gira parecíamos decir: «Somos una montaña. Venimos a compartir con vosotros nuestra música. Tenemos algo que deciros». Al empezar el primer número, bajábamos por una escalera. El comienzo era muy brillante y transmitía todo el carácter del espectáculo. Cuando se encendían las luces y nos veían, el estadio se venía abajo.
Era muy agradable volver a actuar con mis hermanos. Nos daba la oportunidad de revivir nuestros días de los «Jackson 5» y «The Jacksons». Volvimos a estar juntos. Jermaine había vuelto y teníamos mucha popularidad. Era la gira más grande que cualquier grupo hubiera hecho, en enormes estadios al aire libre. Pero desde el principio, yo no estaba satisfecho de la gira. Yo quería conmover a la gente como nunca había sido conmovida. Yo quería dar algo que hiciera decir a la gente: «¡Jo, qué bueno!» La reacción fue maravillosa y los fans, fabulosos, pero yo no estaba contento del espectáculo. No tenía tiempo ni oportunidad de perfeccionarlo como yo quería. o no estaba contento con la escenificación de Billie Jean. Yo quería que fuera mucho más de lo que era. No me gustaba la iluminación y nunca conseguía que mis pasos fueran como yo quería. Me mataba tener que aceptar estas cosas y conformarme con hacer lo que estaba haciendo.
Hay momentos, antes de empezar una actuación, en los que me preocupan ciertas cosas, problemas de trabajo o cosas personales. Y pienso: «No sé cómo salir de esto. No sé cómo voy a actuar. No puedo actuar en estas condiciones» Pero, cuando estoy en el escenario, ocurre algo. Empieza el ritmo, las luces me iluminan y los problemas desaparecen. Ha sucedido muchas veces. La mención de la actuación lo borra todo. Es como si Dios me dijera: «Sí; tú puedes. Sí; tú puedes. Espera. Espera a oír esto. Espera a ver esto» Y el ritmo repercute en mi espina dorsal, y vibra, y me arrastra. A veces pierdo el control y los músicos dicen: «Pero, ¿qué hace?» Y empiezan a seguirme. Entonces cambias todo el número. e paras y empiezas desde cero y haces algo completamente distinto. La canción te lleva en otra dirección.
Había un número en el espectáculo de la gira Victory en el que yo hacía un tema ingenuo y el público repetía lo que yo decía. Yo hacía: «Da, di, da, di» y ellos: «Da, di, da, di» A veces, al llegar a este punto, ellos empezaban a patear. Y cuando todo el público patea es como un terremoto. Oh, es formidable poder hacer esto con tanta gente, con todo un estadio que hacen todo lo que tú haces; es la sensación más fuerte del mundo. Tú miras al público y ves críos de un año, y adolescentes, y abuelos, y gente de veinte y de treinta años, todos con las manos en alto, todos cantando. Tú pides que enciendan las luces y entonces les ves las caras y dices: «Daos las manos» y se dan las manos. Y dices: «De pie» o «Palmas» y ellos se levantan y empiezan a dar palmas. Se divierten y hacen todo lo que les dices. Les gusta y es tan bonito: personas de todas las razas, juntas, respondiendo al unísono. A veces, yo les digo: «Mirad a vuestro alrededor, miraos a vosotros mismos. Mirad alrededor, mirad lo que habéis hecho» Oh, es tan fantástico. Fuerte. Momentos grandes.
La gira Victory era la primera ocasión en que yo iba a estar en contacto personal con los fans de Michael Jackson desde que saliera «Thriller», dos años antes. Hubo reacciones extrañas. A veces, en los pasillos, me cruzaba con gente que decía: «No; no puede ser él. No estaría aquí. » Yo me asombraba y me preguntaba: «¿Y por qué no iba a poder estar? En algún sitio tengo que estar. ¿Por qué no aquí?» Hay fans que imaginan que eres casi como una ilusión, algo que no existe. Cuando te ven les parece un milagro o algo así. Algunos me preguntan si voy al baño. Estas cosas te violentan. Ellos pierden de vista el hecho de que tú eres como ellos, por lo mucho que se excitan. Pero yo lo entiendo porque me habría sentido igual si, por ejemplo, hubiera podido ver a Walt Disney o a Charlie Chaplin.
La gira empezó en Kansas City. Era la primera noche de Victory. Por la noche, mientras paseábamos junto a la piscina del hotel, Frank Dileo perdió el equilibrio y se cayó. La gente lo vio y empezó a excitarse. Algunos de nosotros se pusieron violentos, pero yo me reía. No se había hecho daño y parecía tan sorprendido... Saltamos una pared baja y nos encontramos en la calle sin protección. La gente parecía no poder creer que pudiéramos andar así por la calle y dejaban un gran espacio a nuestro alrededor. Después, cuando volvimos al hotel y contamos nuestras aventuras a Bill Bray, que se ha encargado de mi seguridad desde que yo era niño, se limitó a mover la cabeza y a reírse. Bill es muy concienzudo y profesional en su trabajo, pero no se preocupa de las cosas cuando ya han pasado. Va conmigo a todas partes y a veces, en los viajes cortos, es mi único acompañante. No puedo imaginar la vida sin Bill; es cariñoso y divertido y ama mucho la vida. Es un gran hombre.
Cuando la gira llegó a Washington D.C. salí al balcón del hotel con Frank, que tiene un gran sentido del humor y le gusta gastar bromas. Nos burlábamos el uno del otro y yo empecé a sacar billetes de cien dólares de su bolsillo y a tirarlos a la gente que pasaba por la calle. Aquello estuvo a punto de provocar un tumulto. Él trataba de impedirlo, pero los dos estábamos muertos de risa. Esto me recordó las bromas que mis hermanos y yo solíamos gastar en nuestras giras. Frank envió a nuestros agentes de seguridad abajo, a ver si había quedado algún billete entre los arbustos.
En Jacksonville, la Policía local casi nos mata en un accidente de tráfico, durante el trayecto de cuatro calles del hotel a estadio. Después, en otro lugar de Florida, cuando empezaba a hacerse en la gira el aburrimiento de todas ellas que antes describí, gasté una pequeña broma a Frank. Le pedí que subiera a mi suite y cuando llegó le ofrecí un trozo de sandía de la que había en una mesa, al otro extremo de la habitación. Frank se acercó a coger un trozo y tropezó con Muscles, mi boa constrictor que iba de gira conmigo. Muscles es inofensiva, pero Frank odia a las serpientes, y empezó a gritar. Yo le perseguía por la habitación con la boa. Pero Frank me ganó. Presa de pánico, salió de la habitación, agarró el arma del guardia de seguridad y quería matar a Muscles. El guardia lo calmó. Después nos dijo que no podía pensar más que: «Tengo que cargarme a esa serpiente» He podido comprobar que hay muchos hombres duros que tienen miedo de las serpientes.
Pasábamos los días encerrados en hoteles por toda América, lo mismo que antaño. Jermaine y yo o Randy y yo volvíamos a las andadas, llenábamos cubos de agua y los tirábamos desde la ventana del hotel a los que comían en las terrazas de la planta baja. Estábamos tan altos que el agua llegaba abajo pulverizada. Era como en los viejos tiempos: encerrados en el hotel, aburridos, lejos de los fans, para nuestra propia protección, sin poder ir a ningún sitio sin un despliegue de seguridad.
Pero hubo también días divertidos. En aquella gira teníamos muchos días de descanso y pudimos tomar cinco pequeñas vacaciones en Disney World. Una vez, cuando estábamos en el hotel de Disney World ocurrió algo asombroso. Nunca lo olvidaré. Yo estaba en una terraza muy alta, desde la que se veía una gran extensión. Había mucha gente; tanta gente que tropezaban unos con otros. Alguien de aquella multitud me reconoció y empezó a gritar mi nombre. Miles de personas le hicieron coro gritando: «¡Michael! ¡Michael!» y el eco resonaba por todo el parque. El coro continuó y fue creciendo de tal modo que no saludar habría sido una grosería. Cuando saludé, crecieron los gritos. Yo dije: «¡Oh, qué bien, qué gusto!» Todo el esfuerzo que yo había puesto en «Thriller», mis llantos y mi fe en los sueños y mi trabajo en aquellas canciones, y el quedarme dormido al lado del micrófono, agotado, todo quedaba recompensado por esta demostración de afecto.
A veces yo entro en un teatro a ver una obra y todo el mundo empieza a aplaudir sólo porque se alegran de que esté allí. En estos momentos me siento tan honrando y tan feliz. Hace que todo el trabajo merezca la pena. En un principio, la gira Victory iba a llamarse «The Final Courtain», telón final, porque todos comprendíamos que sería la última que hacíamos juntos. Pero después decidimos no poner el énfasis en ello. Yo gocé con aquella gira. Sabía que sería un viaje largo; probablemente, al final resultó demasiado largo. Lo mejor de ella para mí era buscar a los niños entre el público. Todas las noches había muchos niños, todos muy bien vestidos y contentos. Realmente, en aquella gira los niños fueron una inspiración para mí. Chicos de todas las etnias y todas las edades. Desde niño he soñado con unir de algún modo a la gente, por el amor y la música. Todavía se me pone la carne de gallina cuando oigo cantar a los Beatles All You Need Is Love. Siempre deseé que esta canción pudiera ser un himno para el mundo.
Me encantaron las actuaciones que hicimos en Miami y el tiempo que pasamos allí. Colorado también fue fantástico. Pasamos unos días descansando en el Rancho Caribou. Y Nueva York fue realmente algo grande. Siempre lo es. Emmanuel Lewis vino a la función, y también Yoko, Sean Lennon, Brooke, un montón de buenos amigos. Cuando lo recuerdo, los momentos pasados entre bastidores me son tan gratos como las actuaciones en sí. Yo descubrí que en algunas de aquellas actuaciones me transportaba. Hacía molinetes con la chaqueta y la lanzaba al público. Los encargados del vestuario se enfadaban conmigo y yo les decía, con toda sinceridad:
-Lo siento, no puedo evitarlo; no consigo dominarme. Algo se apodera de mí. Comprendo que no debería hacerlo, pero no se puede controlar. Sientes dentro de ti una alegría y un deseo de comunicación muy grande y no tienes más remedio que darle salida. Estábamos en la gira Victory cuando nos enteramos de que mi hermana Janet se había casado. Todos temían darme la noticia, porque Janet y yo habíamos estado siempre muy unidos. Me quedé petrificado. Yo me siento responsable de ella. Fue la hija de Quincy Jones quien me dio la noticia. Siempre he tenido con mis tres guapísimas hermanas una relación estupenda y muy directa. Latoya es una persona maravillosa. Es muy dulce, pero también puede ser un poco rara. Si entras en su habitación, no puedes sentarte en el sofá, no puedes sentarte en la cama, no puedes pisar la alfombra. La verdad, te echa. Ella quiere que todo esté perfecto. Yo le digo: -Pero a veces tienes que pisar la alfombra. -Ella no quiere que le dejen huellas. Si toses en la mesa, se tapa el plato. Si estornudas, para qué te voy a decir. Ella es así. Mamá dice que ella también era así antes. Janet, por el contrario, siempre fue más turbulenta. Durante mucho tiempo, ella fue mi mejor amiga dentro de la familia. Por eso me reventó que se casara así, de repente. Ella y yo andábamos siempre juntos. Los dos teníamos las mismas aficiones y congeniábamos. Cuando éramos más jóvenes, al levantarnos por la mañana en nuestros días «libres» escribíamos el programa de todo el día. Generalmente, decía así: LEVANTARSE, DAR DE COMER A LOS ANIMALES, DESAYUNO, DIBUJOS ANIMADOS, CINE, COMER EN EL RESTAURANTE, MÁS CINE, A CASA, NADAR. Éste era para nosotros un buen día. Por la noche, repasábamos la lista y recordábamos todo lo que nos habíamos divertido.
Era fantástico estar con Janet porque no tenías que preocuparte de que algo no le gustara. A los dos nos gustaban las mismas cosas. A veces leíamos en voz alta. Era como mi hermana gemela. Latoya y yo somos muy diferentes. Ella ni siquiera da de comer a los animales; ni el olor soporta. Y, del cine, olvídate. No comprende qué puedo yo ver en La guerra de las galaxias, Encuentros en la tercera fase o Tiburón. Nuestros gustos en cine no pueden ser más diferentes. Cuando Janet estaba en casa y yo tenía que trabajar, éramos inseparables. Pero yo sabía que acabaríamos por tener cada uno intereses y amistades diferentes. Era inevitable.
Desgraciadamente, su matrimonio no duró mucho, pero ahora vuelve a estar contenta. Yo creo de verdad que el matrimonio puede ser algo maravilloso cuando dos personas se entienden. Yo creo en el amor, creo firmemente en él. ¿Cómo no iba a creer después de haberlo sentido? Creo en la pareja. Sé que un día encontraré a la mujer adecuada y también me casaré. Muchas veces pienso que me gustaría tener hijos; en realidad, sería estupendo tener una familia numerosa, pues yo me he criado en una gran familia. A veces, me imagino rodeado de trece hijos. En la actualidad, mi trabajo todavía me ocupa casi todo el tiempo y casi toda mi vida emotiva. Estoy siempre trabajando. Me gusta crear y pensar en nuevos proyectos. Por lo que respecta al futuro, che sera, sera. El tiempo lo dirá. Sería muy difícil para mí tener que depender de otra persona, pero si lo intento, puedo imaginarlo. Hay tantas cosas que quiero hacer, tanto trabajo.
No puedo evitar molestarme por algunas de las críticas que se me hacen. Los periodistas parecen dispuestos a decir cualquier cosa con tal de vender periódicos. Dicen que me he agrandado los ojos, que quiero parecer más blanco. ¿Más blanco? ¿Qué significa eso? La cirugía plástica no la he inventado yo. Hace mucho tiempo que se practica. Muchas personas muy respetables y encantadoras se la hacen. Nadie escribe sobre ello ni se lo echa en cara. No es justo. La mayoría de lo que imprimen son mentiras. Te dan ganas de preguntar: ¿Qué ha sido de la verdad? ¿Es que ya no se estila?
Al fin de cuentas, lo más importante es ser fiel a uno mismo y a los que uno quiere y trabajar de firme. Quiero decir trabajar como si no hubiera un mañana. Aprender. Esforzarte. O sea, aprender, cultivar tu talento al máximo. Ser el mejor en lo que hagas. Procurar saber de lo tuyo más que nadie en el mundo. Usa las herramientas de tu oficio, ya sean los libros, la pista de baile o la piscina para nadar. Sea lo que sea, es tuyo.
Eso es lo que siempre procuré recordar. Pensé mucho en ello durante la gira Victory.
Al final, en el Victory tour llegué a muchísima gente. No exactamente de la manera que yo deseaba, pero comprendí que esto ocurriría después, cuando fuera por mi cuenta, actuando y haciendo películas. Doné todo lo que cobré por mis actuaciones a beneficencia, además de las sumas entregadas al centro de quemados que me atendió después del fuego del plató de Pepsi. Aquel año dimos más de cuatro millones de dólares. Para mí, la gira Victory fue la oportunidad de corresponder a lo que había recibido.
Después de mis experiencias de la gira Victory, empecé a tomar mis decisiones profesionales con más cuidado que nunca. En una gira anterior había aprendido una lección que recordé claramente durante las dificultades del Victory. Años antes, habíamos hecho una gira con aquel sujeto que nos explotó, pero él me enseñó algo. Me decía: -Mira, toda esta gente trabaja para ti. No eres tú el que trabaja para ellos. Tú les pagas. Y no hacía más que repetírmelo. Por fin empecé a comprender a qué se refería. Era una idea completamente nueva para mí, porque en Motown todo nos lo daban hecho. Eran otras personas las que decidían por nosotros. Aquella experiencia me había producido una deformación mental. «Tienes que ponerte esto. Tienes que cantar estas canciones. Tienes que ir a tal sitio. Tienes que conceder esta entrevista. Tienes que salir en televisión» Éste era el plan. Nosotros no podíamos opinar. Cuando él me dijo que mandaba yo, por fin desperté. Comprendí que él tenía razón.
A pesar de todo, tengo con él una deuda de gratitud.
Captain Eo se hizo porque los estudios Disney querían que yo montara un número nuevo para los parques. Dijeron que no les importaba lo que hiciera, mientras fuera algo creativo. Tuvimos una gran reunión y durante la tarde les dije que Walt Disney era para mí un héroe y que estaba muy interesado en la historia y la filosofía de Disney. Quería hacer para ellos algo que Mr. Disney hubiera aprobado. Yo había leído gran cantidad de libros sobre Walt Disney y de su imperio creativo y para mí era muy importante hacer las cosas como las habría hecho él.
Al fin me pidieron que hiciera una película y yo accedí. Les dije que me gustaría trabajar con George Lucas y Steven Spielberg. Resultó que Steven estaba comprometido, de manera que George contrató a Francis Ford Coppola y éste fue el equipo de Captain Eo. Volé a San Francisco un par de veces para visitar a George en su casa Skywalker Ranch, y poco a poco hicimos un guión para un corto que incorporaría todos los adelantos en la tecnología 3-D. Captain Eo daría al espectador la impresión de que estaba en una nave espacial, acompañando al héroe en su viaje. Captain Eo trata de una transformación y de la manera en que la música puede contribuir a cambiar el mundo. El nombre de Capitán Eo (Eo en griego significa amancecer) fue idea de George. El argumento trata de un muchacho que recibe la misión de ir a un desdichado planeta que es gobernado por una reina malvada. Él tiene la responsabilidad de llevar la luz y la belleza a sus habitantes. Es una gran celebración del bien sobre el mal.
El trabajo en Captain Eo reafirmó todos los sentimientos positivos que yo tenía sobre el cine y me hizo comprender más que nunca que, probablemente, en el cine está mi futuro. Me encantan las películas, me han gustado desde que era niño. Durante dos horas, puedes ser transportado a otro lugar. Las películas pueden llevarte a cualquier sitio. Eso es lo que a mí me gusta. Puedo sentarme y decir: «Muy bien. A partir de ahora no existe nada más. Llévame a un lugar maravilloso y hazme olvidar todas mis angustias y preocupaciones y mi programa de trabajo»
También me encanta ponerme delante de una cámara de 35 mm. Yo oía decir a mis hermanos: «¡Qué ganas tengo de que termine este rodaje!» y no podía comprender por qué no disfrutaban con ello. Yo lo miraba todo, tratando de aprender, de adivinar lo que buscaba el director, lo que hacía el técnico de iluminación. Yo quería saber de dónde venía la luz y por qué el director repetía tantas veces una escena. Me gustaba enterarme de los cambios que se hacían en el guión. Todo ello forma parte de lo que yo considero mi educación cinematográfica. Lanzar nuevas ideas es para mí algo emocionante y en estos momentos, la industria cinematográfica parece padecer una escasez de ideas. Hay mucha gente que está haciendo las mismas cosas. Los grandes estudios me recuerdan lo que solía hacer Motown a pesar de nuestras protestas: no quieren complicarse la vida, quieren que su gente siga la fórmula, ir a lo seguro; lo malo es que el público se aburre, claro. Sí; mucha gente está haciendo las mismas cosas viejas y sentimentales. George Lucas y Steven Spielberg son la excepción.
Yo intentaré hacer innovaciones. Un día trataré de cambiar las cosas. Marlon Brando es un buen amigo mío. No puedo decir cuánto me ha enseñado. Pasamos horas y horas hablando. Me ha contado muchas cosas del cine. Es un actor maravilloso y ha trabajado con grandes gigantes de la industria, desde otros actores hasta cámaras. Él respeta el valor artístico del cine de un modo que me asombra. Es para mí como un padre Estos días el cine es mi sueño número uno. Pero tengo otros muchos sueños. A principios de 1985 hicimos We Are the World, en una sesión de grabación de toda la noche y todas las estrellas, después de la ceremonia de entrega de los premios de la Música Americana. Yo escribí la canción con Lionel Richie después de ver las espeluznantes imágenes de la gente que moría de hambre en Etiopía y Sudán.
Por aquel entonces, yo solía pedir a mi hermana Janet que me siguiera a cualquier habitación que tuviera una acústica interesante, como un ropero o un cuarto de baño y le cantaba sólo una nota, el ritmo de una nota. Sin letra ni nada. Yo canturreaba con la garganta y le decía: -Janet, ¿qué ves? ¿Qué ves cuando oyes este sonido? Aquella vez, ella me contestó: -Veo a niños que se mueren en África. -Justo. Eso es lo que yo dictaba desde mi alma. Y ella dijo: -Estás hablando de África, estás hablando de niños que mueren.
De ahí nació We Are the World. Nos íbamos a una habitación oscura y yo le cantaba. A mi modo de ver, esto es lo que los cantantes tendrían que poder hacer. Tendríamos que ser capaces de actuar y ser eficaces, aunque fuera en una habitación a oscuras. Hemos perdido mucho por culpa de la televisión. Tendrías que ser capaz de conmover a la gente sin toda esa tecnología avanzada, sin imágenes, usando sólo el sonido.
Yo actúo desde que puedo recordar. Yo sé muchos secretos, muchas cosas como ésta. Creo que We Are the World es una canción muy espiritual, pero espiritual en un sentido especial. Yo estaba muy orgulloso de formar parte de aquella canción, de ser uno de los músicos que estaban allí aquella noche. Estábamos unidos por nuestro deseo de cambiar algo. Hizo el mundo un poco, mejor para nosotros e hizo cambiar algo para los que padecen hambre, a los que queríamos ayudar. Conseguimos varios premios Grammy y empezamos a oír versiones fáciles de We Are the World en los ascensores, junto con Billie Jean. Desde que la escribí, había pensado que aquella canción debía ser cantada por niños. Cuando por fin la oí cantar a unos niños en la versión del productor George Duke, casi lloré. Es la mejor versión que he oído.
Después de We Are the World decidí retirarme otra vez de la vista del público. Durante dos años y medio, dediqué la mayor parte del tiempo a grabar el álbum que debía seguir a «Thriller» y que se tituló «Bad». ¿Por qué llevó tanto tiempo hacer «Bad»? La respuesta es que Quincy y yo decidimos que este álbum tenía que ser lo más perfecto que fuera humanamente posible. Un perfeccionista tiene que tomarse tiempo; él da forma, modela y esculpe su obra hasta que ésta es perfecta. No puede dejarla hasta que se siente satisfecho. No puede. Si no está bien, lo desechas y vuelves a empezar. Y sigues trabajando hasta que todo sale bien. Cuando está todo lo perfecta que tú puedes hacerla, la presentas. Realmente, tienes que seguir puliendo hasta que está bien; éste es el secreto. Esta es la diferencia que existe entre un disco número treinta y un disco número uno que sigue siendo número uno durante semanas y semanas. Ha de ser bueno. Si es bueno se queda ahí y la gente se pregunta cuándo bajará.
Me resulta difícil explicar cómo trabajamos Quincy Jones y yo para hacer un álbum. Lo que yo hago es escribir las canciones y poner la música y luego Quincy procura sacar lo mejor de mí. Es la única forma en que puedo explicarlo. Quincy escucha y cambia cosas. Dice: «Michael, esto tienes que cambiarlo», y yo lo cambio. Y él me guía y me ayuda a crear y a inventar y a trabajar en nuevos sonidos, en nuevas clases de música. Y nos peleamos. Durante las sesiones de «Bad», no nos poníamos de acuerdo en algunas cosas. Si discutimos acerca de algo es sobre las cosas nuevas, sobre la última tecnología. Yo digo: «Compréndelo, Quincy, la música cambia continuamente» Yo quiero los últimos sonidos de percusión que la gente haya logrado. Quiero ir más allá de lo último. Y entonces seguimos trabajando y hacemos el mejor disco que podemos.
No buscamos halagar el gusto de los fans. Sólo apostamos por la calidad de la canción. La gente no compra porquerías. Sólo compran lo que les gusta. Si uno se molesta en sacar el coche, ir a la tienda de discos y poner el dinero encima del mostrador, tiene que gustarle lo que compra. Tú no dices: «Aquí pongo una canción country para el mercado country y aquí un rock para el mercado rock», etcétera. Yo me identifico con todos los estilos de la música. Me gustan algunas canciones rock y algunas canciones country, y canciones pop y todos los viejos discos del rock'n roll. Con Beat It sí buscábamos un tipo determinado de canción rock. Llamamos a Eddie van Halen para que tocara la guitarra, porque sabíamos que es insuperable. Los álbumes deberían ser para todas las razas y todos los gustos de música.
Al fin muchas canciones casi se crean solas. Tú sólo dices: «Eso es. Así se queda» Desde luego, no todas las canciones pueden tener un gran ritmo de baile. Por ejemplo, Rock With You no es un gran ritmo de baile. Era para los viejos que bailan el Rock. Pero no tiene un ritmo como Don't Stop, Working Day and Night ni Startin Something, es algo con lo que puedes jugar en la pista de baile o con lo que puedes sudar mientras haces gimnasia. Trabajamos mucho tiempo en «Bad». Años. Al final valió la pena porque estábamos satisfechos con lo que habíamos conseguido, pero fue difícil. Había mucha tensión porque comprendíamos que estábamos compitiendo con nosotros mismos. Es muy duro crear algo cuando crees que estás compitiendo contigo mismo, porque, hagas lo que hagas, la gente siempre comparará «Bad» con «Thriller». Siempre puedes decirles «¡Olvidaos ya de "Thriller"!» Pero ellos no se olvidarán.
Me parece que tengo una ligera ventaja en todo esto porque yo siempre trabajo mejor con tensión. «Bad» es una canción que habla de la calle. Trata de un chico de los bajos fondos que se va a un colegio privado. Vuelve a su barrio durante unas vacaciones y los chicos no le dejan en paz. El canta: I'm bad, you're bad, who's bad, who's the best? (Yo soy malo, tú eres malo, ¿quién es malo, quién es el mejor?) Él dice que cuando eres fuerte y bueno, entonces eres malo, bad. Man in the Mirror es un gran mensaje. Me gusta esta canción. Si John Lennon viviera, realmente sentiría afinidad con ella porque dice que si quieres hacer del mundo un lugar mejor, tienes que empezar por ti mismo. Ya lo dijo Kennedy: «No preguntes qué puede tu país hacer por ti; pregunta qué puedes tú hacer por tu país» Si quieres mejorar el mundo, mírate a ti mismo y cambia. Empieza por el hombre del espejo, comienza por ti. No mires a los demás. Empieza por ti. Es la verdad. Es lo que predicaba Martin Luther King y lo que predicaba Gandhi. Es lo que yo creo. Algunas personas me han preguntado si pensaba en alguien en particular cuando escribí: Can't Stop Loving You. Y puedo decir que en realidad no. Pensaba en alguien cuando la cantaba, pero no cuando la escribía.
Yo escribí todas las canciones de «Bad» menos dos, Man in the Mirror, que fue escrita por Siedah Garrett con George Ballard, y Just Good Friends, que es de los dos autores de What's Love Got to Do with It, y que canta Tina Turner. Necesitábamos un dúo para mí y Stevie Wonder y ellos tenían esta canción. No creo que la consideraran un dúo. La escribieron para mí, pero yo sabía que sería perfecta para cantarla a dos voces Stevie y yo. Another Part of Me fue una de las primeras canciones que escribí para «Bad» y se estrenó al final de Captain Eo, cuando el capitán dice adiós. Speed Demon es una canción de máquinas. The Way You Make Me Feel y Smooth Criminal son, sencillamente, los surcos en los que yo me encontraba en aquel momento. Así es como yo lo explicaría.
Leave Me Alone es una banda que aparece sólo en el compact disc de «Bad». Trabajé de firme con esta canción, amontonando vocales una encima de otra, como estratos de nubes. Con ella envío un claro mensaje: Leave Me Alone, déjame solo. La canción trata de un chico y una chica. Pero lo que de verdad digo a los que me marean es: dejadme en paz. La presión del éxito tiene efectos curiosos en la gente. Hay personas que tienen un éxito rápido, instantáneo. Estas personas, cuyo éxito puede ser fulgurante y pasajero, no saben cómo reaccionar.
Yo veo la fama con otra perspectiva, ya que llevo mucho tiempo en el mundo del espectáculo. He aprendido que la manera de seguir siendo el mismo es rehuir la publicidad personal y mantener la reserva. Supongo que esto es bueno para unas cosas y malo para otras. Lo peor de todo es no tener intimidad. Recuerdo que cuando filmábamos «Thriller», Jackie Onassis y Sháye Areheart vinieron a California para hablar de este libro. Había fotógrafos en los árboles y en todas partes. No podíamos hacer nada sin que lo registraran y comentaran.
El precio de la fama puede ser muy alto. ¿Merece la pena? Piensa que, en realidad, no tienes vida privada. No puedes hacer nada sin tomar una serie de medidas especiales. Los periódicos imprimen todo lo que dices. Informan de todo lo que haces. Saben lo que compras, qué películas ves, todo lo que puedas imaginar. Si voy a la Biblioteca pública, dan los títulos que pido. Una vez en Florida publicaron en el periódico mi programa completo; todo lo que hice desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde. «Después de esto, hizo esto otro y después lo otro, fue a tal sitio, luego, de puerta a puerta, y después...»
Recuerdo que pensé: «¿Y si yo quisiera hacer algo que no deseara ver publicado en el periódico?» Éste es el precio de la fama.
Me parece que mi imagen está deformada en la mente del público. El público no tiene una idea clara ni una imagen completa de cómo soy, a pesar de todo el espacio que me dedican los periódicos. Se imprimen inexactitudes y se les atribuye valor de verdad y con frecuencia sólo se cuenta la mitad del caso. La parte que no se imprime suele ser la parte que haría que lo impreso fuera menos sensacional porque arrojaría luz sobre los hechos. En consecuencia, creo que mucha gente no piensa que yo sea una persona que toma decisiones sobre su carrera. Nada más lejos de la verdad.
Se me ha acusado de estar obsesionado con mi intimidad, y es verdad que lo estoy. Cuando eres famoso la gente te mira sin pestañear. Te observan y esto es comprensible, pero no siempre resulta fácil. Si me preguntáis por qué llevo gafas oscuras en público con tanta frecuencia os diré que es porque no me gusta tener que mirar a la gente a los ojos constantemente. Es una forma de esconder una parte de mí. Cuando me extrajeron la muela del juicio, el dentista me dio una mascarilla quirúrgica para que me la pusiera al salir a la calle, a fin de evitar la infección. Me encantó la mascarilla -era mucho mejor que las gafas oscuras- y la llevé una temporada para divertirme. Hay tan poca intimidad en mi vida, que esconder un poco de mi persona es la forma de tomar un respiro. Tal vez se considere extraño, lo sé, pero me gusta mi intimidad. No puedo decir si me gusta ser famoso, pero me gusta alcanzar metas. Me gusta no sólo alcanzar el objetivo que pueda haberme fijado sino superarlo. Hacer más de lo que creía poder hacer es una sensación estupenda. No hay nada igual. Creo que es importante fijarse unos objetivos. Eso te da una idea de adónde quieres ir y cómo piensas llegar. Si no te fijas una marca, nunca sabrás si hubieras podido pasar el listón.
Yo siempre digo en son de broma que yo no he pedido cantar y bailar, pero es la verdad. Cuando abro la boca sale música. Es una suerte tener este don. Doy las gracias a Dios todos los días. Trato de cultivar lo que Él me dio. Me siento impulsado a hacer lo que hago. ¡Hay alrededor de nosotros tantas cosas que agradecer! ¿No fue Robert Frost quien escribió acerca del mundo que uno puede descubrir en una hoja? Pienso que es verdad. Por eso me gusta estar con los niños. Ellos lo observan todo. No pasan de nada. Les ilusionan cosas por las que nosotros hace tiempo que hemos olvidado ilusionarnos. Además, son tan naturales, tan espontáneos. Me encanta estar con ellos. En casa siempre hay un puñado de chicos y siempre son bien recibidos. Me dan energía sólo con tenerlos al lado. Miran las cosas con ojos nuevos y mentes abiertas. Esto es, entre otras cosas, lo que les hace tan creativos. Los niños no se preocupan por las reglas. El dibujo no tiene que estar en el centro de la hoja. El cielo no tiene que ser azul. Y también aceptan a las personas. Lo único que exigen es que se les trate con justicia y que se les quiera. Me parece que eso es lo que pedimos todos.
Me gustaría pensar que soy una inspiración para los niños que encuentro. Quiero que mi música les guste. Su aprobación significa para mí más que la de cualquier otra persona. Siempre son los niños los que saben qué canción va a ser un éxito. Ves algunos niños que todavía ni hablan y ya tienen su ritmo. Es gracioso. Pero son un público difícil. En realidad, el más difícil de los públicos. Son muchos los padres que me dicen que su chiquitín conoce Beat It o que le gusta «Thriller». George Lucas me dijo que las primeras palabras de su hija fueron «Michael Jackson». Oír eso hizo que me sintiera de fábula.
Paso mucho de mi tiempo libre -en California o en mis viajes- visitando hospitales infantiles. Me gusta alegrar el día de esos niños sólo con aparecer, hablarles y escuchar lo que tienen que decir y darles ánimo. ¡Es tan triste para un niño estar enfermo! Los niños no lo merecen, ellos menos que nadie. Muchas veces ni siquiera pueden entender qué les pasa. Esto me encoge el corazón. Cuando estoy con ellos, siento deseos de abrazarles y tratar de que se sientan mejor. A veces niños enfermos vienen a verme a casa o a la habitación del hotel. Los padres me llaman para preguntar si su hijo podría pasar unos minutos conmigo. Cuando estoy con ellos me parece que comprendo mejor lo que debió de sufrir mi madre con la polio. La vida es demasiado preciosa y corta como para no extender la mano hacia los demás.
¿Sabéis? Cuando estaba pasando aquella mala época con los granos y los estirones de la adolescencia, eran los niños los que nunca me defraudaban. Ellos eran los únicos que aceptaban la realidad de que yo ya no era el pequeño Michael pero que por dentro seguía siendo la misma persona, aunque vosotros no me reconocierais. Eso no lo he olvidado.
Los niños son estupendos. Si mi única razón de vivir fuera ayudar y alegrar a los niños, eso me bastaría. Son una gente asombrosa. Asombrosa.
Yo soy una persona que controla muy bien su vida. Tengo un equipo de gente excepcional que trabaja para mí y que, admirablemente, me mantiene al corriente de todo lo que pasa en MJJ Productions de manera que en todo momento yo conozco las opciones y puedo tomar decisiones. Por lo que respecta a mi creatividad, esto es mi propia parcela y yo gozo de este aspecto de mi vida tanto o más que de cualquier otro.Me parece que en los periódicos tengo imagen de santito repelente y esto me molesta, pero es difícil de combatir, porque habitualmente no hablo de mí mismo. Soy tímido. Es la verdad. No me gustan las entrevistas ni salir en televisión. Cuando Doubleday me propuso hacer este libro, me gustó la idea de poder hablar de lo que siento en un libro que fuera mío, con mis palabras y mi voz. Confío que contribuya a deshacer algunas ideas falsas. Cada cual tiene muchas facetas y yo no soy diferente de los demás. Cuando estoy en público, me siento tímido y reservado. Evidentemente, cuando estoy lejos de los focos, de los objetivos de las cámaras y de la mirada de la gente soy otro. Mis amigos, mis colaboradores más próximos saben que hay otro Michael al que me resulta difícil exponer en las extravagantes situaciones «públicas» en las que a menudo me veo.
Ahora bien, cuando estoy en un escenario la cosa cambia. Cuando actúo me siento transportado. Yo controlo totalmente el escenario. No pienso en nada. Sé lo que quiero hacer desde el momento en que salgo y gozo de cada minuto. En el escenario estoy relajado. Totalmente relajado. Es estupendo. También en el estudio me siento relajado. Sé si algo suena bien. Y, si no, sé cómo arreglarlo. Todo tiene que encajar y, cuando encaja, tú te sientes bien, te sientes realizado. La gente infravaloraba mis dotes de autor. No me consideraban un autor de canciones, de manera que cuando empecé a componer me miraban como preguntando: «Vamos a ver, de verdad, ¿quién te la ha escrito?» No sé qué les parecería ¿que tenía a alguien escondido en el garaje escribiendo? Pero el tiempo ha deshecho estas ideas falsas. Siempre tienes que estar demostrando a la gente de lo que eres capaz y muchos no quieren creerlo. He oído decir que Walt Disney, cuando empezó, iba de estudio en estudio tratando de vender su trabajo y era rechazado. Cuando por fin le dieron una oportunidad todo el mundo pensó que era lo mejor del mundo.
A veces, cuando te tratan injustamente, te creces, te haces más fuerte y decidido. La esclavitud fue algo terrible, pero cuando los negros de América por fin se liberaron de la opresión, eran más fuertes. Sabían lo que era que otras personas te controlaran la vida y te doblegaran el espíritu. Nunca consentirían que eso volviera a ocurrir. Yo admiro esa fuerza. Las personas que la poseen adoptan una postura firme y ponen el corazón y el alma en lo que creen.
Mucha gente me pregunta cómo soy. Espero que este libro conteste alguna de estas preguntas, pero estas cosas también pueden ayudar. Mi música favorita es una mezcla ecléctica. Por ejemplo, me gusta la música clásica. Me encanta Debussy. Preludio a la siesta de un fauno y Claro de luna. Y Prokofiev. No me cansaría de escuchar Pedro y el lobo. Copland es uno de mis favoritos de siempre. Enseguida reconoces sus personales sonidos de metal. Billy el Niño es fabuloso. Escucho mucho a Chaikowski. La suite de Cascanueces es una de mis favoritas. También tengo una colección de música de revista y de películas -Irving Berlin, Johnny Mercer, Lerner y Loewe, Harold Arlen. Rodgers y Hammerstein y el gran Holland-Dozier-Holland-. Admiro a toda esta gente, de verdad.
No hay comentarios :
Publicar un comentario