Me diagnosticaron una rara forma de cáncer de huesos infantil en 2000 a la edad de 15 años. En agosto de aquel año debía empezar mis sesiones de quimioterapia. No mucha gente sabe que Michael abría Neverland varias veces al año para que la gente pudiera disfrutar del parque. Todo era gratis. Atracciones, videojuegos, comida. Un amigo mio que solía ir me llamó una noche y me dijo que abrirían el parque durante dos semanas al comienzo de agosto de aquel año.
Pregunté a mis padres si me llevarían la semana antes de que empezara la quimio. Todos mis médicos me aconsejaron en contra diciendo que temían que estuviera demasiado débil, pero finalmente convencí a mis padres. Tuvimos que conducir varias millas desde que llegamos a las puertas de Neverland hasta la zona donde está el parque y las atracciones. Mientras íbamos por la sinuosa carretera noté algo que no he podido explicar hasta el día de hoy. Era como un sentimiento de paz.
Cuando mi familia y yo salimos del coche no estábamos seguros si teníamos que avisar a alguien o qué debíamos hacer. Finalmente se acercó un hombre, se presentó y nos explicó como funcionaba todo. Firmamos con nuestros nombres y otros datos, nos dieron unas pulseras y nos dijeron que podíamos montar en lo que quisieramos, comer lo que quisieramos, jugar a cualquier juego, etc. El hombre mencionó que en algun momento Michael podría salir a saludar. Mis padres dieron al hombre las gracias y en minutos estaba en lo alto de la noria con mi padre.
Montamos tres veces seguidas y luego en las sillas voladoras. Estuvimos horas montando en las atracciones antes de ponernos a la cola para pedir algodón dulce y palomitas. Cuando nos sentamos a la mesa con nuestros aperitivos vimos un grupo de niños corriendo en la misma dirección. Me subí a la silla de la mesa en la que estábamos pero no podía ver nada. Varios minutos después la gente empezó a moverse hacia nosotros y fue entonces cuando ví a Michael. De pie bajo un enorme paraguas y riéndo mientras los niños le tiraban de los brazos, piernas, y le abrazaban.
Mi madre me cogió de la mano y nos acercamos a él. Nos presentamos y mi madre le dijo que estabamos pasándo un día maravilloso allí. Luego le habló sobre mi cáncer y que la semana siguiente comenzaría la quimioterapia. Cuando dijo eso, Michael me puso la mano en la cabeza y dijo, "Que Dios te bendiga". Cuando me tocó sentí la misma sensación de paz y confort que que sentí cuando atravesamos las puertas de Neverland. Se quedó allí hablando con nosotros durante un par de minutos y luego se fue. Yo continué subiendo en las atracciones con mi familia y el resto de niños pero no pude quitarme de la cabeza que le había conocido.
Cuando nos fuimos aquella noche, el hombre con el que hablamos al llegar paró a mi padre y le dio una nota. La nota era de Michael y nos invitaba a los tres a cenar con él. Sin dudarlo mi padre aceptó la invitación y el hombre nos dirigió hacia otra puerta que llevaba hacia la casa principal. Esperaba una gran mansión pero no lo era. No era pequeña, pero ciertamente no era enorme. Mucha gente que trabajaba allí nos dio la bienvenida cuando llegamos. Cenamos con Michael y sus hijos aquella noche y hasta el día de hoy fue la mejor noche de mi vida. Tras la cena preguntó a mis padres si les importaba que rezaramos juntos y por supuesto, dijeron que sí. Jamás he visto y hasta hoy nunca he escuchado a nadie rezar de la forma en que él lo hizo. A mis quince años me hizo llorar. Cuando acabó de rezar abrí los ojos y miré a mis padres, que también estaban llorando.
Michael tuvo la delicadeza de llevarnos a dar una vuelta para ver lo que no habíamos podido ver durante el día. Nos enseñó la cabaña de recreativos y el cine. El cine de Neverland no es el típico cine. No sólo tiene butacas como un cine de verdad, sino que hay camas para los niños que están demasiado enfermos como para estar sentados. Tras darnos una vuelta le dijimos adios a Michael y le agradecimos todo lo que había hecho.
¡Imaginaos la sorpresa de mi madre cuando recibe una llamada suya varios días más tarde! Supusimos que había conseguido nuestro número por la hoja que rellenamos al llegar a Neverland. Le preguntó que cómo me iba y ella le dijo que el lunes comenzábamos la quimio. Él le dio un número de teléfono en el que podíamos localizarle directamente y le pidió por favor que le llamara para saber cómo iba todo a mediados de la semana. Ella accedió. El lunes por la mañana fumimos al hospital preparados para la quimio. Cuando el doctor entró en la habitación pidió a mis padres que se sentaran. Los tres temimos que nos fuera a decir que el cáncer se había extendido. Dos días antes me habían hecho análisis de sangre y más pruebas típiicas antes de comenzar el tratamiento.
Cuando el doctor comenzó a hablar miró a mis padres y dijo, "No se cómo decirles esto. No sé cómo explicarlo pero Danielle ya no tiene cáncer. No hay signos de ello en ninguno de los escáneres que le hemos hecho". Mi madre, mi padre y yo nos quedamos allí sentados, mirándole y finalmente mi madre rompióp a llorar. Salimos del hospital y lo primero que hizo mi madre al llegar a casa fue llamar a Michael. A mi me daba apuro porque ella lloraba por el teléfono, pero luego me pasó el teléfono para que hablara con él y era obvio que él también había estado llorando. A lo largo de los años Michael siguió en contacto con mi familia y nos llamaba varias veces al año para saludar. A veces nos mandaba regalos o postales.
Llevo diez años sin cáncer. No puedo explicar lo que me ocurrió cuando fui a Neverland. Desafía a cualquier explicación. Quiero que la gente sepa que no soy el único que ha visitado Neverland estando muy enfermo y se ha recuperado tras la visita. Hay cientos si no miles de nosotros. Nuestras historias nunca se han hecho públicas porque Michael no quería que lo fueran. Era un hombre maravilloso. Nunca he conocido a nadie que se preocupara tan profundamente, no sólo de los niños, sino de la gente en general.
Danielle
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