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martes, 27 de diciembre de 2011

JERMAINE JACKSON: YOU ARE NOT ALONE...A TRAVES DE LOS OJOS DE UN HERMANO (2da. Parte)


CAPÍTULO 3: Un Regalo de Dios

Michael se convirtió en el primero de los hermanos en actuar en directo ante el público de la escuela, Garnett Elementary School. Tenía solo cinco años cuando salió a cantar “Climb Ev’ry Mountain” un tema de Rodgers y Hammerstein de 1959 del musical The Sound of Music; una de sus películas favoritas.

Esa mañana salió de casa vestido con camisa azul abrochada hasta el cuello y pantalón elegante, en lugar de sus clásicas camisetas y vaqueros por lo que sabíamos que era algo importante para él. Hizo todo lo que nuestro padre nos había enseñado –y entonces llegó el momento “especial”: la nota alta del final resonó en todo el gimnasio de una acústica perfecta.  Era como si Dios hubiera descendido un momento y hubiera dicho: “Chico, voy a darte una voz que no es de este mundo. Úsala!”

Michael estaba animado y se desenvolvía por el escenario con confianza. No era él quien seguía a la profesora, ella le seguía a él. Lo que sorprendía a todo el mundo es lo alto que cantaba. Al final de esa nota todos se levantaron y aplaudieron. Incluso la profesora de piano aplaudió en pie como nunca la había visto aplaudir. Ese es mi hermano! Pensé. Maldita sea, Michael, hasta has hecho llorar a Papa Samuel!  Mamá estaba llorando también y ambos estaban asombrados.

Desde aquel día, nuestro grupo musical pasó a tener cinco miembros. Entre 1962 y el verano de 1965, Joseph nos tuvo ensayando hasta que sintió que estábamos preparados. Lunes miércoles y viernes por las tardes desde las 4:30, después de la escuela, sin parar hasta las siete o las nueve de la noche. Él no quería una reacción del público del tipo: “Eh! Eso está bien para un puñado de chicos!”. Él quería: “Guau! ¿Quiénes son esos?”. Nos decía: “Cuando os miran, les estáis controlando y llevando a vuestro mundo. Vended la canción. Hacedles levantarse y gritar.” Cinco chicos que aún no éramos adolescentes nos preguntábamos cómo íbamos a hacer a la gente gritar.

La gente hablaba sobre el lenguaje corporal y las emociones que Michael desplegaba en directo, más allá de su edad. La verdad es que era un maestro de la imitación, era un niño imitando a adultos. Cada vez que una canción requería dolor o pena, Joseph nos decía: “Muéstralo en tu cara, déjame sentirlo…” Michael caía de rodillas, se golpeaba el corazón y parecía… apenado. No, NO! decía nuestro más duro crítico. “No parece real. No lo siento.”

Michael estudiaba las emociones humanas en las caras de los demás del mismo modo que estudiaba una canción o un baile. Ponía los discos de James Brown y veía las películas de Fred Astaire echado en la alfombra del salón con las manos apoyadas en la barbilla. No tomaba notas, solo miraba enmudecido y absorbiendo como una esponja. Lo memorizaba todo. Si veía a alguien hacer un movimiento, lo canalizaba, como si su cerebro enviara una señal instantánea a su cuerpo. Miraba a James Brown y se convertía en James Brown junior. Se movía con fluidez y delicadeza desde el principio. Desde el comienzo, era un hombre bailando en un cuerpo de niño. Era innato.

La gente se pregunta sobre la presión y la carga que hemos debido sentir, pero no era sí. Joseph nos hizo imaginar y creer en el éxito: piénsalo, visualízalo, créelo, hazlo realidad. Como dijo Michael en una entrevista a Ebony en 2007: “Mi padre era un genio en el modo de enseñarnos: en el escenario, en cómo hacer funcionar al público, anticiparse, o no dejar nunca al público que sepa que estás sufriendo o está saliendo algo mal. Era sorprendente en eso.”

Un día, Joseph nos hizo ponernos a todos frente a un muro y tocarlo con las manos a una distancia que no podíamos alcanzarlo. “pueden tocarlo”, decía Joseph.

“¿Cómo?, nuestros dedos no son lo suficientemente largos…”

“piensen que si pueden tocar el muro, creanlo”, insistía.

Michael se puso de puntillas y se puso tenso para estirarnos a todos. Eso nos hizo reír. Era el más pequeño pero siempre quería ser el más rápido y el primero. En 1981, en la pared exterior del estudio de Hayvenhurst, dejó su firma grabada en grandes letras:  “Aquellos que lo logran, tocan las estrellas.”

Si no podíamos esperar a que mamá volviera del trabajo, tampoco podíamos esperar a que Joseph se fuera. Con él fuera de casa podíamos hacer el loco y salir a jugar. Nos íbamos a dar una vuelta con las bicis o con los patines que había construido Tito.  En casa veíamos mucha televisión, era una batalla entre Jackie queriendo ver los deportes, Michael y Marlon queriendo ver Mighty Mouse (Super Ratón) y El Correcaminos, y yo queriendo ver Maverick, de James Garner. Los únicos programas que nos gustaban a todos eran Los Tres Chiflados, Flash Gordon y algún wenstern de Randolph Scott.

También disfrutábamos acampando en los valles de Wisconsin, donde pescábamos con Joseph, quien nos enseñó cómo poner el cebo en el anzuelo. Siempre nos quedábamos cerca de las ciudades indias y paseábamos por las huellas que dejaron, en honor a nuestros ancestros. Llevamos sangre india en nuestras venas, de las tribus Choctaw y Pies Negros. De ahí proceden nuestros pómulos pronunciados, la piel clara y la falta de vello en el pecho.

CAPÍTULO 4: Tan Solo Chicos con un Sueño


Me hubiera gustado guardar un archivo o un diario de aquellos primeros años; especialmente ahora que Michael se ha ido. Todo sucedió tan aprisa que me parece algo así como un viaje en tren a gran velocidad.  Entre 1966 y 1968, la mayoría de los fines de semana los pasábamos en la carretera construyendo nuestra reputación. Actuábamos delante de todo tipo de público: entusiastas, amigables, borrachos e indiferentes.  Mr. Lucky era la taberna principal de Gary y es allí donde pasamos muchos fines de semana y ganamos nuestro primer sueldo: 11$ a repartir entre todos nosotros. Michael los gastó en caramelos, que compartió con otros chicos del barrio.

Cuando no actuábamos en Mr. Lucky, lo hacíamos en el super club Guys and Gals o en el High Chaparral, al sur de Chicago. A menudo no subíamos al escenario hasta las 23.30 de la noche y no llegábamos a casa antes de las 2 de la madrugada, siempre dormidos de camino a casa. Una noche, en un hotel de Gary donde actuábamos, Joseph fue parado por cinco matones de unos veintitantos mientras entrabamos el equipo. Pensó que nos iban a robar y apartó a uno de ellos. Durante los siguientes dos o tres minutos le estuvieron golpeando en el suelo. Michael y Marlon gritaban: JOSEPH, JOSEPH, No! No! No! Los gamberros empezaron a usar nuestros micros y palillos como armas. Joseph se cubrió la cara con los brazos y recibió más golpes.

Mientras tanto, Michael fue hasta un teléfono a llamar a la policía. “No alcanzaba, tuve que saltar para meter la moneda!” dijo después. Cuando volvió, Joseph estaba siendo atendido por el director del hotel. Su cara estaba machacada y la mandíbula rota. Sentado en la parte de atrás de la furgoneta nos miró a todos y dijo, ”Estoy bien.” Les dijo a Marlon y a Michael que se secaran las lágrimas. “No podremos actuar en ese estado.”

Incrédulo, Jackie preguntó, “¿Quieres que continuemos?”

“La gente está aquí para veros – están esperando para verlos,” “Iré al médico por la mañana.” Esa noche nos enseñó otra dura lección: Pase lo que pase, el espectáculo debe continuar. Nuestro “autobús de gira” tenía dos asientos adelante, los de en medio los quitamos para hacer sitio al equipo y nosotros nos sentábamos como podíamos, durmiendo como podíamos y usando la batería como reposacabezas. No podíamos estar más apretados, pero el viaje estaba siempre lleno de risas, bromas y canciones.

Michael resultó ser todo un bromista. Si uno de los hermanos se quedaba dormido con la boca abierta, Michael escribía en un trocito de papel alguna tontería como 'me huele el aliento', lo mojaba un poco y lo pegaba al labio del durmiente. Eso le parecía infinitamente divertido. Y si no eran notitas, eran polvos pica-pica en los pantalones o un cojín tirapedos en el asiento. Michael se estaba labrando el papel de bromista del grupo.

En el verano de 1966, condujimos 1.500 millas hasta Arizona –parando solo para reponer gasolina- para actuar en Old Arcadia Hall en Winslow, cerca de Phoenix, porque Papa Samuel quería enseñarnos a su gente. Eso suponía conducir todo el viernes por la noche y parte del sábado, actuar el sábado por la noche y salir de vuelta para llegar a casa más tarde de la medianoche del domingo, para estar listos para ir al colegio el lunes por la mañana.

Mientras nosotros dábamos una vuelta por ahí después del show, Joseph se encargaba de andar trajinando con la gente, estrechando manos y buscando contactos. Entonces llegó un poco de esperanza de la mano del guitarrista Phil Upchurch, a quien conocimos después de un show en Chicago. Había vendido más de un millón de copias de un single, “You Can’t Sit Down”, y “Ahora va a trabajar con vosotros en una demo” dijo Joseph.

Michael se abrazó a sus piernas, “¿Me puede firmar un autógrafo, por favor?”. Phil, de unos 25 años, sacó un trozo de papel de su chaqueta y le firmó rápidamente. Michael se la llevó como un trofeo a casa. Lo que más me gusta de esta historia es que décadas después, Phil escribió a Michael para pedirle un autógrafo a él. Pero obtuvo algo más: fue invitado a tocar la guitarra en el tema “Working Day and Night” para el álbum de Michael, Off the Wall.

Joseph nos inscribió en un concurso de talentos del Regal Theater de Chicago, que ganamos por tres domingos consecutivos. El premio con el que fuimos pagados fue actuar una noche compartiendo escenario con Gladys Knight & The Pips, que habían firmado recientemente con Motown Records. Gladys quiso conocernos y Joseph nos llevó a su camerino después de la actuación.  Michael era tan pequeño que, sentado en el sofá, sus pies no le llegaban al suelo. “nuestro padre dice que tenemos un gran futuro por delante. ¿les gusta cantar?” Todos asentimos. “Si!” dijo Michael.

“Deberían estar en Motown!” Dijo mirándonos a todos. Esa fue la noche en que Joseph le pidió a Gladys si podía conseguir que alguien de Motown viera alguna de nuestras actuaciones. Ella prometió hacer una llamada y no pudo haber sido más sincera, porque más adelante supimos que había llamado a Taylor Cox, un ejecutivo de Motown. Pero no estaban interesados, Berry Gordy, el fundador del sello discográfico, no estaba interesado en un grupo de chicos.

CAPÍTULO 5: Grita Libertad

Si les gusta aquí, les gustara en cualquier parte,” dijo Joseph en la furgoneta camino de Nueva York. Nuestro destino: el Teatro Apolo de Harlem –“un lugar donde se crean las estrellas.” Durante todo el camino desde Indiana nos iba contando su significado y los artistas que habían triunfado allí: Ella Fitzgerald, Lea Horne, Bill “Bo Jangles” Robinson, un bailarín de claqué y… James Brown. El Apolo era la plataforma para los artistas Afro-americanos. “Pero si cometen un error y lo hacen mal, el público se volverá contra nosotros. Tienen que hacerlo bien esta noche,” dijo Joseph.

Nosotros, sin embargo, no estábamos tan intimidados. Al entrar al camerino y abrir la ventana, lo primero que vimos fue una pista de baloncesto. Todos queríamos salir afuera a lanzar unas canastas, pero entró Joseph y todos saltamos fuera de la ventana centrándonos de nuevo. Joseph sabía que el Apolo no era como Chicago. El público del Apolo sabía sobre el espectáculo. Si la cosa iba mal, empezaban a crecer los murmullos y a llegar misiles al escenario; latas, frutas y palomitas. Cuando iban bien, se ponían en pie, cantando y bailando. Nadie salía nunca de allí preguntándose “¿Cómo salió todo?”

Tras el escenario, fuera de la vista del público, hay un tronco de árbol, “El Árbol de la Esperanza” procedente de un árbol caído que una vez estuvo en el Bulevar de los Sueños, como se conoce a la Séptima Avenida; entre el Teatro Lafayette y Connie’s Inn. Según la vieja superstición, los artistas negros tocan ese árbol en busca de buena suerte. Michael y Marlon lo tocaron debidamente, pero no creo que la Suerte tuviera nada que ver con la actuación que dimos esa noche.

Levantamos el Apolo y la gente se puso en pie enseguida. Terminamos ganando el Superdogs Amateur Finals Night y fuimos invitados a volver, esta vez siendo pagados por nuestra actuación. Lo mejor de hacer el circuito de actuaciones por Chicago era que podíamos estar siempre a la sombra de los grandes. Ya habíamos conocido y compartido escenario con Gladys Knight y los Delfonics, The Coasters, The Four Tops y The Impressions, pero hubo dos encuentros impresionantes.

El primero con Smokey Robinson. Cuando se acercó hacia nosotros no podíamos creer que estuviera allí perdiendo el tiempo con nosotros. Cuando se marchó, ¿saben de qué hablamos? De sus manos. “¿Os disteis cuenta de lo suaves que son sus manos?” Susurró Michael. “Son más suaves que las de mamá!” añadió. El segundo fue cuando fuimos invitados al camerino “sagrado” de Jackie Wilson. Para nosotros era sagrado porque era el Elvis negro antes de que surgiera el Elvis blanco.

Fue Michael quien le asaltó a preguntas, primero educadamente, preguntándose si le contestaría a alguna. “Seguro, adelante chico,” dijo Jackie. ¿Qué sientes cuando estás en el escenario? ¿Cuánto tiempo ensayas? ¿Cuándo empezaste a actuar?. Joseph nos dijo que alguna de las canciones de Jackie Wilson habían sido escritas por Berry Gordy y una de ellas, “Lonely Teardrops”, había sido el primer número uno del señor Gordy.

En nuestros encuentros con estos artistas supimos que estaban en el nivel en el que nosotros queríamos estar. Me gustaría recordar todas las perlas de sabiduría que cada uno dejó en nosotros, pero están escondidas en algún lugar de mi mente. Michael almacenó todas esas influencias absorbiendo cada detalle –el modo en que caminaban, hablaban, se movían- los observaba en el escenario; las palabras de Smokey, los pies de Jackie, y camino a casa nos decía: “os disteis cuenta de…”, “escuchasteis cuando dijo…” o “visteis a Jackie hacer ese movimiento…” Mi hermano era un maestro estudiando a la gente y nunca olvidaba nada, llenando su mente con una carpeta mental que podría haber llamado “Grandes Inspiraciones e Influencias.”

Marlon se convirtió en la excusa para que Joseph nos hiciera ensayar mucho más tiempo. Aunque más adelante pudimos ver una razón más profunda para ello. Pero si James Brown ponía multas a sus Famous Flames cada vez que cometían un error, Joseph prefería los azotes.

Una vez que Marlon no podía aprender bien un paso le dijo que saliera afuera a recoger una rama de un árbol. Sabíamos que era para pegarle con ella. “Cuando te olvidas,” ladraba Joseph, “esa es la diferencia entre ganar y perder!” Mientras le azotaba detrás de las piernas, Michael salía corriendo y llorando, incapaz de mirar. Pero Marlon volvía a equivocarse y, tratando de ser más listo, se tomaba su tiempo para buscar una rama más fina y gritaba más alto de lo que en realidad le dolía. De ese modo el azote acababa antes. Michael le consolaba diciéndole, “Lo estás haciendo bien, lo conseguirás, sigue así.”

En los recreos de la escuela, Michael aprovechaba para enseñarle diferentes movimientos. Como les gustaban mucho las películas de Bruce Lee, Michael se llevaba al colegio los palos de artes marciales –nunchaku- y camino de la escuela los utilizaban para practicar fluidez, flexibilidad y gracia de movimientos. Creo que por eso Marlon se convirtió finalmente en un consumado bailarín; era el más tenaz de todos nosotros y nunca dejó de intentarlo, además de dedicarle una cantidad extra de horas. Pero Michael odiaba que Joseph usara su propia medida de calidad para juzgar la de su hermano. El modo en que su escrutinio sin perdón siempre planteaba la duda de si algo era lo suficientemente bueno.

Quizás el resentimiento que todo ello avivó era lo que estaba detrás de su rebeldía. Durante los ensayos, si Joseph le pedía que hiciera un cierto paso o intentara un nuevo movimiento, Michael, cuyo estilo libre requería una falta total de instrucciones, se negaba. Michael se convirtió en uno de esos chicos que se ponía tirante ante una orden; atreviéndose más allá de lo que lo hacíamos ninguno de nosotros. Ello hacía que, inevitablemente, recibiera el azote.  Con el tiempo, Joseph se daría cuenta de que el azote no era la mejor forma de manejar a Michael porque eso le hacía salir corriendo a esconderse en el dormitorio, bajo la cama, negándose a salir y haciendo perder el tiempo de ensayo. Una vez le gritó a la cara que no volvería a cantar de nuevo si le ponía la mano encima. Nos tocaba después a los hermanos mayores calmarlo y persuadirle con caramelos.

Pero no todo eran lágrimas y rabietas, no hay que olvidarse de que Michael era un gran bromista. Viendo a Los Tres Chiflados aprendió cómo hacer el tonto y le encantaba bromear. Solía poner esa cara con los ojos abiertos de par en par y al mismo tiempo resoplando con las mejillas y frunciendo los labios. Una vez que Joseph me estaba riñendo, Michael estaba detrás de él poniendo esa cara. Yo empecé a reír burlonamente y Joseph gritaba, “Chico, ¿te estás riendo de mí?!” En ese momento, Michael ya había salido corriendo a nuestro dormitorio fuera de su vista. El estilo disciplinario y el genio de Joseph no ganarían ningún apoyo hoy día, pero cuando vuelvo a mis años adolescentes, empiezo a comprender la razón que había detrás de los azotes.

No lo sabíamos entonces, pero nuestros padres estaban preocupados por la creciente violencia de pandillas juveniles de mediados de los sesenta. El Departamento de Policía de Indiana creó una Unidad especial contra bandas y se dieron charlas en la escuela sobre armas automáticas además de vigilancia del FBI en las barriadas. En Chicago, fueron tiroteados 16 jóvenes en una semana, dos de ellos mortalmente. En el Regal Theater se llegó al extremo de contratar policías uniformados para patrullar la entrada y las taquillas porque las bandas estaban aterrorizando la región. Todo eso llega a los oídos de todos los padres en la fábrica de acero. Joseph no solo estaba decidido a librarnos de la vida de sufrimiento en la fábrica, sino también a mantenernos apartados de las bandas.

Los gansters cazaban a las personas sensibles (y todos nosotros lo éramos) y en una ciudad con una alta tasa de divorcios y con chicos con poco respeto a sus padres, formar parte de una banda daba a muchos chicos un sentido de pertenencia, de familia, y una oportunidad de ganarse el amor de sus “hermanos.” Eso, y que nos pudiera pasar algo terrible, era lo que Joseph temía. Su miedo aumentó cuando Tito fue atacado un día camino a casa desde la escuela por el dinero de su almuerzo. Lo primero que escuchamos cuando entró por la puerta fue que un chico había intentado matarle.

Joseph respondió haciendo dos cosas: se aseguró de que tuviéramos un objetivo; teníamos que ensayar constantemente, lo que significaba que teníamos que llegar a casa y no podíamos salir a jugar a la calle. Y volvió el miedo hacia sí mismo, convirtiéndose él en el tirano en casa, previniéndonos así de someternos a los tiranos de la calle. Y funcionó: le temíamos a él más que a ningún gánster de la calle. Michael notó que Joseph al principio tenía más paciencia con nosotros, pero después la disciplina se endureció. El momento coincidió con el aumento de la violencia callejera. En nuestra infancia, aparte de un par de amigos, nunca jugamos más que entre nosotros.

Tito y yo volvíamos del colegio por la zona donde las bandas se congregaban, en Delaney Projets. Un día vimos a un oficial de policía parado delante de una gran mancha de sangre en la nieve. Le preguntamos qué había pasado y nos dijo que no lo querríamos saber. Pero como niños que éramos le presionamos y nos contestó con una palabra rara, que al llegar a casa pudimos traducir como “decapitado.” Alguien había sido decapitado. El horror se dibujó en la cara de mamá cuando le dije que los chicos de las bandas no eran tan malos: nos saludaban dándonos reconocimiento por ser los Jackson 5. Poco después, los chicos se empezaron a reunir cerca de nuestra calle. Una vez, escuchamos un disparo. “Abajo todos!” gritó Joseph. Dentro de casa todos besamos la alfombra. Escuchamos dos disparos más y debieron pasar unos 15 minutos antes de que Joseph decidiera que ya no había peligro. “¿Veis ahora lo que os he estado diciendo?”, dijo.

Joseph era un hombre con el corazón de acero pero con una dedicación dirigida hacia algo bueno. Michael se lamentaba de no haber tenido más presente a un padre que a un manager, pero hay un hecho irrefutable: nuestro padre crió a nueve niños en medio de un ambiente de alta criminalidad, drogas y bandas callejeras y los dirigió hacia el éxito sin que ni uno solo descarrilara.

Michael era el más sensible de los hermanos, el más frágil y el más alejado de las maneras de Joseph. En su mente joven, lo que Joseph hacía no era disciplina, era falta de amor. Ninguno de nosotros criaría de la misma manera a nuestros hijos hoy día. Pero si él hubiera realmente abusado de nosotros no seguiríamos hablando con él, como Michael lo hizo hasta los ensayos de This Is It, en 2009. Él había perdonado a Joseph y no suscribía la idea de que habíamos sido “abusados.”

En 2001, Michael ofreció un discurso a los estudiantes de la Universidad de Oxford sobre padres e hijos. “He empezado a ver cómo la dureza de mi padre fue una clase de amor, un amor imperfecto, pero amor, no obstante. Con el tiempo, siento ahora una bendición. En lugar de ira, he encontrado la absolución… reconciliación… y perdón. Hace casi una década, fundé Heal the World. Para curar al mundo tenemos que curarnos primero a nosotros mismos. Y para curar a los niños tenemos que curar primero al niño en el interior de cada uno de nosotros. Por eso quiero perdonar a mi padre y dejar de juzgarle. Quiero ser libre para pasar a una nueva clase de relación con mi padre por el resto de mi vida, libre de los duendes del pasado…”

A pesar de lo mucho que hablaba Michael del miedo que tenía a Joseph, le gustaba llevarlo al extremo. Entre los seis y los diez años, su amor por los caramelos le propulsó en una misión que, para él, fue como entrar a la cueva del oso mientras duerme. Cada mañana, antes de ir a la escuela, y con Joseph durmiendo después de hacer un turno de noche, enviábamos a Michael a coger cambio de los bolsillos de los pantalones que había dejado en el suelo del dormitorio. Jackie, Tito, Marlon y yo nos quedábamos contra la pared haciéndonos callar unos a otros y tratando de no reírnos mientras Michael se arrastraba por el suelo lentamente en la oscuridad. Al poco tiempo, Michael salía con algún cambio y nos íbamos corriendo de la casa gritando entusiasmados por haber llevado a cabo otra misión con éxito. A veces eran solo unos centavos pero otras eran algunas monedas de diez y veinticinco centavos.

A lo largo de nuestra infancia creímos que éramos unos chicos valientes hasta que nuestra madre nos dijo años después que ella y Joseph se quedaban en la cama mirando con los ojos bien abiertos y sonriendo mientras escuchaban a Michael arrastrándose hasta la puerta.

Traducido por Marisa Ramirez (Bluesaway) para mjhideout

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