Adrían Grant y su visita a Neverland en 1987
Un chico llamado Adrian Grant, consiguió en ser el primer periodista invitado por Michael a visitar su rancho Neverland. Adrian es un auténtico fan de Michael que a los 19 años decidió montar su propia revista, “Off The Wall”, un fanzine dedicado a Michael Jackson.
En su momento pensó que ya era hora de que su revista diera un premio a Michael, así que escribió una carta al agente de Michael preguntándole si podía acercarse a California y presentarse en su finca. Sorprendentemente, Michael aceptó. Y así fue como Adrian se encontró camino de un estudio de grabación del centro de Los Angeles, con un cuadro enorme (el premio), para encontrarse con Michael Jackson...
El día del encuentro con Michael Jackson empieza con una visita a MJJ Productions, parte de la compañía de Jackson, para reunirse con el agente de Michael, Bob Jones. No son unas oficinas impresionantes, tan sólo unos cuantos despachos en un rascacielos. Lo único que sorprende un poco es que el oficinista que trabaja allí se llama Miko Brando y es hijo del famoso actor Marlon Brando. La siguiente parada, media hora después en coche, es en el estudio de grabación donde Michael está grabando los temas del disco que sucederá a “Bad”.
Fuera no hay fans, ni flamantes limusinas. Es un estudio sorprendentemente normal. En su interior, unos cuantos músicos y el fotógrafo de Jackson charlan amigablemente. Luego, Adrian oye una voz cantando que tiene un extraño parecido a Michael Jackson. Y al doblar la esquina aparece nuestro hombre...
“Parecía como si acabara de salir de uno de sus vídeos, con un aspecto magnífico”, recuerda Adrian.
En cualquier caso, resulta que a Michael le encanta el cuadro, le gustan las revistas de Adrian y se pasa un buen rato riéndose de las fotos de Randy y Latoya Jackson, sus hermanos. Para sorpresa de todos los presentes, está de acuerdo en hacerse algunas fotos especiales para la revista de Adrian (Michael casi nunca hace sesiones de fotos) y le deja oír un nuevo tema de su próximo LP.
Es sábado por la mañana y Bob Jones conduce a Adrian por las montañas, hasta el lugar “secreto” donde se encuentra el rancho de Michael, Neverland Valley. Adrian, como todo el que entra en Neverland Valley, jura mantener el secreto y promete que no hará fotos, que no grabará nada y que no violará la intimidad de Michael.
Hacia el mediodía, el coche se mete por una carretera convencional. Nada que llame la atención. Pero, luego, hay una señal de limitación de velocidad que dice “Precaución, niños jugando” y, de repente, el camino se ve flanqueado por pequeñas estatuas de bronce, de niños, basadas en la historia de Peter Pan, de donde Neverland Valley ha tomado el nombre. Y, de sopetón, uno se encuentra en el mundo secreto de Michael Jackson...
Enfrente, hay un gran complejo de casas y terrenos, construidos al estilo suizo, con jardines, fuentes y un gran lago lleno de cisnes y flamencos. Por todas partes suena música clásica procedente de unos altavoces escondidos tras unos arbustos.
Michael se presenta en su zoo privado luciendo una camisa de color rojo intenso y una chaqueta tejana con un dibujo del gato Garfield en la espalda. Está mostrando el lugar a los músicos que trabajarán con él en su próximo LP. Les ha llevado allí a pasar el fin de semana para poder trabajar juntos. Hay un par de cachorros de jirafa, algunos caballos, las famosas llamas y una parece de chimpancés pequeños, que se llaman Max y Alexander. Michael saluda y le dice a Mark, el encargado de la finca, que le enseñe todo a Adrian.
Y en un segundo se ponen en marcha. El lugar es un paraíso infantil. Hay salas de juego y galerías con montones de juegos especiales, todos gratis. Hay una máquina de discos con Bon Jovi, Run DMC y Wham!, y poner los discos no cuesta ni un duro. A un lado de la casa principal hay lujosos apartamentos individuales, una habitación para la música, con un elegante piano, y una habitación de invitados “donde se hospeda Liz Taylor cuando me viene a ver”.
Mires por donde mires encuentras estatuas italianas y cuadros que Michael ha ido coleccionando, y también hay una enorme águila americana de bronce. Michael también posee lo que según él es el primer gramófono americano. “Lo único que no está permitido ver es el apartamento privado de Michael”, aclara Mark. Luego está el museo particular de Michael. Para llegar a él hay que tomar prestado su jeep, pues la finca es grandísima. Ese es el jeep que Michael utiliza para ir de Los Angeles a Neverland cada vez que lo necesita, lo que no gusta demasiado a los guardias de seguridad que temen un secuestro. Aunque parezca mentira, en el jeep hay alguna peluca afro, que, según parece, utiliza Michael en sus pequeñas excursiones para disfrazarse, y una cinta con las canciones que están en las listas de éxitos norteamericanas.
El museo contiene toda clase de recuerdos del cantante. Las chaquetas de cada espectáculo, una colección de guantes de lentejuelas, cinturones brillantes, el coche y los robots de la película “Moonwalker” y toda clase de objetos.
Lo siguiente es una comida servida por los tres chefs que trabajan para Michael. El se sienta en la cabecera de una mesa, con seis de sus músicos, charlando felizmente; mientras, Adrian paladea las ensaladas y la carne de cerdo en otra mesa. Michael deja a un lado la carne, ataca las ensaladas y domina la conversación. Habla de las películas que ha visto y del nuevo juego de computadora, el Moonwalker, que ha ideado una compañía llamada Sega, que se lo ha enviado para que dé su aprobación.
Adrian pregunta por qué todas las máquinas de juego son gratis menos una que premia con muñecos de peluche. Michael le dice que el dinero que se recolecta con esa máquina va a obras de caridad. “¡Eh!”, interrumpe uno de los músicos, “podrías cobrar a la gente por tu autógrafo y donar el dinero a obras de beneficencia” . “Si hiciera eso, la gente pensaría que me guardo el dinero”, le dice Michael.
La conversación gira en torno a la música y Michael habla de las nuevas canciones que ha grabado y de cómo quiere que suenen. Incluso les toma el pelo a sus invitados, diciéndoles que está haciendo un disco con sus animales. “Tengo que conseguir que el relinchar del caballo quede mejor. No está muy bien”, dice riéndose. “¿Alguien sabe algún chiste?”, pregunta. Pero a nadie se le ocurre ninguno.
Después de comer, llega la hora de la película. Michael, por su puesto, tiene un lujoso cine particular con 100 butacas. En la entrada, un cartel anuncia las horas de proyección y dentro hay una tienda con chocolatinas y palomitas de maíz. Pero no se vende nada porque ¡todo es gratis! Lo más espectacular del cine son las cabinas de muñecos animados. ¡Aprietas un botón y empiezan a cantar y a moverse! Hay una pequeña de Michael haciendo el “Moonwalker”.
Adosados al cine, hay siete dormitorios por si a uno le entra sueño durante una proyección por la noche. La película es “A la caza del octubre rojo”. Desgraciadamente no tenemos tiempo de verla entera. La niebla ha empezado a caer sobre ese extraño mundo infantil que es Neverland Valley, y Bob está deseando volver a casa antes que sea difícil circular por las carreteras. Michael deja la película para despedirse. “Gracias por venir”, dice, “vuelve otro día”, añade, como si fuera tan fácil como colarse en casa de un amigo. Adrián lleva una bolsa de recuerdo de Neverland con un bloc, notas, lápices, una carpeta y un poema titulado “The Children’s Hour”.