Un Oscar de autoayuda:
Cuando la legendaria Liz recogió el eunuco dorado en 1961 por Una mujer marcada,
el aplauso de Hollywood no solo significaba que su interpretación había
sido la mejor en la categoría femenina de 1960, sino que la meca del cine trataba de compensar a la actriz por un año errático que casi le cuesta la vida.
En aquella época corrían tiempos difíciles para la estrella de los ojos
violeta, que ya había sido nominada por sus trabajos en El árbol de la vida, La gata sobre el tejado de zinc y De repente, el último verano.
Los problemas empezaron en el set de rodaje de Cleopatra. Taylor había sido repudiada por ciertos sectores conservadores de Estados Unidos por ‘birlarle’ el marido a Debbie Reynolds. La guapa Taylor se había metido en la cama de Eddie Fisher cuando este aún estaba casado con la protagonista de Cantando bajo la lluvia.
Pese a ese escándalo, Liz seguía siendo un rostro rentable, ya fue la
primera en cobrar un millón de dólares por interpretar a la reina del
Nilo. El rodaje iba a contar con grandes nombres delante y detrás de las
cámaras: iba a ser dirigido por Rouben Mamoulian, que había coronado a
Greta Garbo años atrás como la reina Cristina y tenía a Peter Finch y
Stephen Boyd en los papeles de César y Marco Antonio.
El rodaje comenzó
con mal pie desde que alguien decidió que debía tener lugar en
Inglaterra. Con sus lluvias diarias, no era el sitio más adecuado para
escenificar los calores y el rigor del Antiguo Egipto. De hecho, lluvias
torrenciales inundaron el plató y hubo que suspender en varias
ocasiones la filmación. Sin embargo, el mayor problema vino de una
enfermedad de Taylor.
A la estrella se le descubrió una neumonía y
no podía asistir a una filmación que la necesitaba prácticamente para
cada escena de una larguísima y épica historia. Para cuando Rouben
Mamoulian se rindió y abandonó la dirección de aquel despropósito,
habían pasado 16 semanas y solo había diez minutos válidos para
presentar al estudio, la Fox.
Mientras tanto, Taylor se recuperaba milagrosamente de su enfermedad cuando muchos ya la daban por muerta.
Gracias a una traqueotomía, la actriz acabó volviendo a la vida. Sin
embargo, su mal había dejado huella en el respetable y en los
académicos. Aquel año en el que, por ejemplo, Shirley McLaine se subía
al ascensor de El Apartamento, la Academia se pensó mucho darle
el Oscar a Taylor por una interpretación que, a todas luces, parecía
menor. Para muchos el premio podía ser, con toda razón, un último
empujón a su frágil salud.
El 17 de abril de 1961, Yul Brynner
abría el sobre con el nombre de la ganadora. Taylor, con un recogido y
visiblemente mejorada sabía, en el fondo, que era muy probable que
Hollywood se hubiese acordado de ella a la hora de entregar el premio.
Finalmente, sus sospechas se cumplieron y así fue. Cuando subió al
escenario a recogerlo dejó entrever que el galardón no solo
tenía que ver con las bondades de su interpretación, sino con haber
ganado un mano a mano con la mismísima muerte. “No sé cómo expresar mi gratitud por esto y por todo”, dijo en clara alusión a las muestras de afecto.