domingo, 8 de enero de 2012

William B. Van Valin: conversaciones con Michael en Neverland (3ra parte.)



Traducido Bluesaway para mjhideout

FAMA O DIOS

Un día me llamó Michael y me preguntó si quería pasar un rato con él. “Sí”, le dije como siempre. Cuando llegué al rancho me llevaron a la biblioteca donde Michael me esperaba siempre. Cuando nos sentamos, Michael tenía su habitual libro sobre las rodillas y mientras me hablaba hojeaba las páginas.

Había un gran álbum de fotos en piel sobre la mesita y sonreí al ver las fotos de Michael con el presidente Ronald Reagan, la princesa Diana, Elizabeth Taylor y otras celebridades. También se veía a Michael marchando a la cabeza de algunos desfiles militares. Me impactó que esa fuera en realidad la única cosa dentro de la casa que indicara quién era o el nivel de su fama. El elegante mobiliario o el terreno tan bien cuidado solo apuntaban a un hombre muy rico.

Nunca vi ni recortes de periódicos, trofeos, discos de oro u otros premios que esperarías ver en algún lugar de la casa. Le pregunté sobre eso y me dijo sonriendo: “Todo eso lo tengo en una casa al otro lado de la propiedad”. Le pregunté: “¿Por qué no pones algo aquí donde todos puedan verlo?”


“Bueno, no me gustan los presumidos y no quiero ser uno de ellos. Si mantengo todas esas cosas a mi alrededor donde todo el mundo pueda verlas acabarán siendo el tema de conversación y hay muchas cosas mucho más interesantes de las que hablar. No quiero que me recuerden quien soy y lo que he hecho y acabar pensando más en mí mismo de lo que sería bueno”, respondió. Pensé en eso durante un minuto y le dije: “Te das cuenta, Michael, que tienes más que derecho a ser presumido, egoísta e imposible que ninguna otra persona en el mundo, aunque nadie tenga derecho en realidad a serlo y tú no eres de esos.


Siempre oigo hablar de lo imposibles de tratar que son algunos actores o gente famosa o de trabajar con ellos o lo exigentes que son. Oyes hablar sobre lo crueles que pueden ser pidiendo ayuda. Mi hermana Jewel, que es azafata en Delta, me habló una vez sobre una señora que volaba en primera clase y no hablaba con las azafatas cuando le preguntaban si necesitaba algo. Una de ellas le preguntó a su marido: ‘Perdone señor, ¿Su esposa es sorda?’ ‘No, es que no habla con las azafatas’, respondió. A eso me refiero.


Pareces haber salido de eso completamente ileso. ¿Cómo lo has conseguido?”


Michael me miró y dijo simplemente: “Porque no soy yo”.

“¿Qué quieres decir?”, pregunté


“Quiero decir que es un don lo que tengo. Es un regalo de Dios. Él me dio todo esto y no es realmente mío. Decidí hace mucho tiempo que sería mejor concederle a Él el crédito que debería concederme a mí mismo. De ese modo no estaré tentado a hacerlo, casi cada cosa que tengo que me recuerda a mí mismo la quito de mi vista en esta casa”, respondió. Recuerdo pensar qué respuesta más perfecta.


Sonriendo le dije: “¿Michael, me llevarás uno de estos días a enseñarme esa casa?” Me miró sonriendo y dijo: “Uno de estos días”.

MICHAEL ME HACE UNA VISITA
A veces abría la puerta de mi casa para ir al trabajo y Michael estaba allí parado frente a ella. No había llamado, lo que era curioso pero típico de él. Él esperaba afuera hasta que alguien salía. Decía: “Hola Barney” con su tranquila y suave voz, “¿Puedo entrar?”

“Por supuesto”, le decía, “pero tengo que ir a trabajar. Tengo pacientes esperando en la consulta. Entra y siéntete en casa. Le diré a Criss que estás aquí”. Le preguntaba siempre cuánto rato había estado esperando y siempre decía: “solo unos minutos” o “acabo de llegar”. Ese día en particular recuerdo que le pregunté a su chofer al salir, se llamaba Manuel Rivera, cuánto tiempo habían estado esperando y mirando su reloj me dijo que habían estado sentados en el coche unos treinta minutos.


Michael entró, cogió una revista de la mesita y se sentó en el que se convertiría en su rincón favorito del salón. Era una silla bastante simple, sin brazos, de color crema y tapizada en terciopelo negro. Entré a despertar a mi esposa y a decirle que Michael estaba en el salón.

Ella dijo: “Dile que ahora salgo”, cosa que hice y me despedí para ir al trabajo. Criss me dijo después que fue al salón y le dijo a Michael buenos días y le preguntó: “¿Tienes hambre, Michael? ¿Puedo prepararte algo para desayunar… un bol de cereales?” Michael dijo: “No, gracias, Criss”. Pero al marcharse del salón la miró cambiando de opinión y le dijo con una sonrisa: “¿Qué tienes?” Devolviéndole la sonrisa le respondió: “Cornflakes, Raisin Bran, Alpha-Bits…”


“Tomaré eso”, le dijo.


Mi esposa me llamó al mediodía para decirme que Michael estaba allí todavía. Los niños se habían levantado y le encontraron en el salón y ella decidió dejarlos en casa para jugar con él y hacerle compañía. Dijo que estaban viendo todos una película y comiendo pizza. Michael había enviado a Manuel por el almuerzo y algunos snacks.


Cuando llegué a casa sobre las seis de la tarde todavía estaba aparcado su coche delante de la valla. Manuel estaba sentado leyendo un libro esperando pacientemente las instrucciones de Michael.  Dentro de casa, Michael y mi hija Bianca estaban sentados en el suelo jugando al Monopoly. Había cojines esparcidos por toda la habitación. Cajas de pizza aquí y allá y algunas botellas vacías de zumo de manzana Martinelli sobre la mesa. Aparte de esto había otros juegos medio abandonados que pudieron dejar de interesarles en algún otro momento. Ponían dibujos animados en la televisión.


Cuando entré en el salón, Michael me miró sonriendo y dijo: “Hola Barney. ¿Qué tal fue el día?”


“Bien, gracias. ¿Qué tal el tuyo?”, le dije


“¡De lo mejor!” contestó


En una de sus innumerables visitas a la casa recuerdo que me preguntó: “Barney, ¿qué tengo que hacer para que mis hijos crezcan tal y como son los tuyos?” Le dije que no tenía que preocuparse, que lo estaba haciendo muy bien. De hecho le dije que estaba haciendo un trabajo mejor que el mío a juzgar por el buen comportamiento de Prince y Paris (Blanket aun no había llegado). Le dije: “Tus hijos son increíblemente bien educados. Siempre dicen gracias y lo siento cuando es apropiado. Creo que son un buen ejemplo para los míos”.

si Michael venía a casa traía a menudo a Prince y Paris y a veces Gracie (su niñera) venía con ellos para ayudarle. Ella era como una madre para Prince y Paris y estaba casi siempre con ellos cuando iba al rancho. Era muy buena cuidando de ellos y muy atenta a sus necesidades como habría sido una madre. Cuando le pregunté a Michael por qué abandonaría el rancho por nuestra pequeña casa en Ballard, en cada nueva visita, siempre me daba la misma razón: “Tengo compañía en el rancho y no me apetece estar con ellos. Sé que estarán bien atendidos por mi personal y son libres de usar el rancho como si estuvieran en su casa. Solo quiero pasar el rato aquí”.

Michael parecía curioso sobre cómo vivía otra gente y aunque no era algo sobre lo que él preguntó nunca, creo que se preguntaba si hacíamos cosas diferentes a las que él hacía. Digo esto por algunas preguntas que hacía. En concreto, cuando iba al cuarto de baño solía mirar en los cajones de los muebles que había allí. Curioso seguramente por saber lo teníamos comparado con lo que tenía él. Salía oliendo a alguna de las colonias que encontraba en un armario diciendo: “Nunca hay que ir por ahí oliendo mal”. Y, por supuesto, nunca lo hizo.

DAVID ROTHENBERG

Un día me llamó Michael y dijo: “Me gustaría saber si te gustaría traer a tu familia a cenar. Tengo un amigo aquí y quiero que le conozcáis”. Yo sabía que siempre que decía esa clase de cosas era algo interesante y me iba a encantar hacerlo. Le dije que estaría feliz de ir. Me dijo: “Primero necesito preguntarte algo. ¿Crees que a tus hijos les molestaría conocer a alguien que tiene algunas deformidades a causa de un accidente?”


Le dije: “Michael, puedo asegurarte que mis hijos tratarán a esta persona como si no tuviera deformidades. Les he enseñado desde pequeños que nunca deben decir nada a nadie que pueda herirle. Especialmente sobre cosas que no pueden evitar. Pero se lo advertiré antes de ir”. Michael dijo: “Bien. Entonces me gustaría que vinierais a cenar para conocer a David Rothenberg”.


Para entonces, habiendo estado en el rancho tantas veces, nos decían que pasáramos en lugar de hacernos firmar. En esta ocasión también y aparcamos frente a la casa. Aunque le había dicho a Michael en muchas ocasiones que no era necesario, siempre tenía a las asistentas y a los cocineros alineados en la puerta principal para saludarnos mientras entrábamos a la casa. Michael insistía en que era el protocolo y había que seguirlo siempre.

Le dije: “Realmente ya les conozco a todos por su nombre desde que vengo tan a menudo. Me siento culpable por hacerles dejar lo que están haciendo y salir a saludarnos”. Michael contestó: “No te sientas mal. Es una de las cosas por las que les pago”.


De todos modos, ir a la casa era siempre un placer. Era un asalto encantador en todos los sentidos. Desde la puerta principal nos dirigimos al comedor, a la izquierda. Al fondo había una gran chimenea frente a una barra de bar. Esa noche, el invitado de Michael estaba sentado a la derecha de la chimenea. Michael nos miró y dijo: “Chicos, este es David Rothenberg” y nos presentó uno a uno. Le saludamos toda la familia. Los chicos salieron corriendo a entretenerse dejándonos a Criss, a Michael y a mí para hablar con David.


Imagino que hay fotos por ahí de David para aquellos que quieran verle pero es suficiente decir que fue destrozado por las llamas en un momento de su vida. Lo que recuerdo bien ahora mismo es que tenía un mechón largo de pelo cayendo por su espalda y había una joven, creo que una prima de Michael, que le estaba haciendo una trenza meticulosamente mientras David nos contaba cómo había pasado el día en el rancho. Cuando nos sentamos todos a cenar Michael se volvió hacia él y le preguntó: “David, ¿has pintado hoy?”


David contestó: “Sí, lo hice. Creo que he hecho uno de mis mejores trabajos”. Michael dijo: “Bien. Quiero que salgas a pintar cada día de los que estés aquí. Quiero que te expreses”. David le aseguró que lo haría.


Más tarde Michael y yo fuimos al lago donde tenía un caballete y pinturas y me enseñó algunos de los cuadros de David. Consistían en pájaros en forma de V. Michael me dijo que “no me importa si no se convierte en un gran pintor. Solo creo que es importante para él hacer esto mientras está aquí. Quiero que siempre esté ocupado”. Le pregunté a Michael: “¿Y cómo os conocisteis David y tú?” Michael me dijo: “Cuando él era muy joven, su padre le roció con gasolina y le prendió fuego. La razón no importa. En realidad no había ninguna.  De cualquier forma, acabó sobreviviendo y le he estado viendo a lo largo de los años.

No hace mucho tiempo, leí un artículo en un periódico diciendo que David Rothenberg había intentado suicidarse. Estaba desanimado por no poder conseguir un trabajo. Así que hice que lo trajeran. Uno de mis chóferes fue a recogerlo y lo trajo al rancho. Cuando llegó aquí le dije que había oído lo que pasaba. David me dijo que era verdad y que estaba deprimido porque quién iba a contratar a alguien con su aspecto. Le miré y le dije: ‘Yo lo haré. Quiero que trabajes para mí. ¿Lo harías?’ David dijo: ‘Sí, me gustaría’. Así que le puse a trabajar”.

Le pregunté a Michael: “¿De verdad tenías un trabajo para él?”


Él dijo: “En realidad, no. Se puede decir que me lo inventé”.


“¿Cuál fue? ¿Qué le hiciste hacer?” Le pregunté.


Dijo: “Le doy cartas y paquetes y le hago llevarlos a otras ciudades diciéndole que es importante que sean enviadas por correo desde allí. Por ejemplo, le envío a Los Ángeles o San Diego y le digo que envíe algo cuando llegue. Le di un coche para ir a donde él quiera y tiene un lugar al que llamar hogar. Había perdido el sentido de tener un objetivo y yo quería que él supiera que tenía uno”.  Nunca volví a ver a David de nuevo y nunca le pregunté a Michael qué pasó con él. Ahora sé que cuando David tenía seis años, allá por 1983, su padre –Charles-, en lucha por su custodia con la madre de David –Marie-, le prendió fuego y quemó el 90% de su cuerpo.


Hay un video en YouTube en el cual David, que cambió su nombre por Dave Dave (lo cual me suena a un nombre que Michael le podría haber dado), le habló a Larry King, justo después del funeral de Michael en 2009, sobre la amabilidad de Michael con él, la cual comenzó cuando Dave tenía solo siete años y su madre mantuvo en secreto siempre. Dave le dijo a King que Michael abrió las puertas de Neverland para él, le aportó apoyo emocional y fue como el padre que nunca tuvo.



CONTINUARÁ...

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